116. Buenos días, papá.
—¿Está seguro de esto, señor? —preguntó la voz al otro lado de la línea, con un tono profesional y discreto.
Asad asintió con la cabeza, aunque nadie podía verlo a través del teléfono.
—Sí, necesito que sigan a mi hijo. Quiero saber todos sus movimientos, especialmente cómo pasan él y su esposa el tiempo libre, cuál es ese trabajo que los ha obligado a viajar, con quién se reúnen, incluso qué comen y cuántas veces al día. No puedo dejar nada al azar.
—Entendido, señor. Nos ocuparemos de ello y le mantendremos informado de cualquier novedad.
— Y por cierto… estar preparados por si tienen que deshacerse de él en el momento en que lo ordene.
Asad agradeció brevemente y colgó, con la sensación de haber iniciado un camino del que no podía retroceder, pero aunque fuera duro debía dejar las cosas ordenadas antes de marcharse. Ahora solo quedaba esperar y enfrentar las posibles revelaciones que surgieran.
—Buenos días, papá —saludó Irina, acercándose hasta donde él estaba.
Asad acababa de