Ningún rastro de ella.
El silencio que Zara dejó tras de sí era un eco ensordecedor en el estudio. Cada libro, cada objeto, parecía burlarse de mi soledad, recordándome la belleza que había perdido y la herida que había infligido. Me desplomé en una silla, sintiendo el peso del mundo sobre mis hombros. La decisión de alejar a Zara era la más difícil que había tomado en mi vida, un sacrificio que me desgarraba por dentro.
Pero sabía que era lo correcto. En mi mundo, el amor era un lujo peligroso, una debilidad que podía ser explotada. Zara era demasiado valiosa para ser arrastrada a la oscuridad que me rodeaba. Necesitaba protegerla, incluso si eso significaba renunciar a ella.
Pasé la noche en vela, atormentado por recuerdos de nuestro pasado. Recordé la primera vez que la vi, en una galería de arte en la Ciudad de Nueva York. Su belleza me había impactado como un rayo, su inteligencia y su pasión por el arte me habían cautivado. En ese momento, supe que mi vida nunca volvería a ser la misma.
Nuestro amor