Levantando la vista, miró a Juan que se acercaba con cara hosca no muy lejos.
No era de extrañar que Juan pudiera venir.
Al fin y al cabo, el círculo estaba tan entrelazado que un poco de viento se esparcía por todas partes.
Juan se acercó con un vaso en la mano, con el ceño fruncido y la comisura de los labios indiferente:
—¿De qué estás hablando, tan feliz?
Lanzó una mirada a Polo, sus ojos se detuvieron en los de Lorena y finalmente se posaron en el hombre que había hablado.
El hombre también conocía a Juan y abrió la boca con una sonrisa:
—Yo digo que el señor Ruiz tiene suerte, porque si no tantos jóvenes talentos tendrían los ojos puestos en la señorita Suárez, y no le tocaría al señor Ruiz.
Mirando la cara de Juan con un poco de dureza, el hombre pensó de repente en algo y le preguntó con fervor:
—¡Cuándo está fijada tu boda con la señorita Fernández, y no te olvides de mandarme a beber el vino de la boda cuando llegue el momento!
El rostro de Juan se volvió unos tonos más sombr