―¿No hay forma de ver lo que está ocurriendo del otro lado?
―No, señora.
La curiosidad me mataba.
Me tuve que conformar con escuchar a través de la puerta. Llegó un punto en que todos comenzaron a gritar insultos, lanzar platos, botellas. La habitación estaba inundada con sonidos diversos, ninguno bueno.
Distinguí las súplicas de mi padre y el llanto de mi madre. Por un segundo, tuve el impulso de entrar en la habitación.
Sentí un pinchazo en el pecho.
Menee la cabeza. No podía estar sintiendo nada por ellos, no luego del odio que juré tenerles. Y en especial, porque hace unos minutos no sentía nada por ellos.
¿Era un instinto de cría?
Se detuvieron. No más gritos, no más insultos ni súplicas.
Temí lo peor.
Creo que me estaba sintiendo más culpable por el hecho de no sen