Al tragarla, tomó mi mano y se la llevó a la boca. Lamió mis dedos con esmero.
―Derek... ―dije en un hilo de voz.
Pasó a besarme la muñeca y usar mi mano para acariciar su rostro.
―Mi recompensa es... que me escuches atentamente. Sin reproches, sin lástima, sin tristeza, sin interrupciones. Esa es la recompensa que quiero.
―¿Te refieres a siempre? ―pregunté, conmocionada.
―No, solo ahora. Por un par de minutos.
―¿Y de qué quieres...?
―Estuve en coma cuando era niño. Y fue por culpa de mis padres ―dijo de una.
Las palabras me tomaron por sorpresa. La respiración se me cortó y no pude hacer más que parpadear. Creí haber escuchado mal.
Mi boca se abrió de golpe, sin embargo, frené las palabras que se acumulaban en mi lengua. Dijo: “sin interrupciones”.
―Era un viaje tranquilo a los Alpes