Le bastó un segundo para ver lo obvio: los hombres de Dante. Altos, vestidos de traje negro con esa rigidez militar que delataba a cualquiera de su clan. Dos en la puerta principal de la tienda; otros dos, apenas visibles, custodiando la salida trasera. Y seguro había más, mezclados entre los transeúntes.
Su primera reacción fue pura rabia, pero la segunda, más peligrosa, fue un impulso. No podía dejar pasar esa oportunidad.
Respiró hondo, obligándose a contener la avalancha de adrenalina, y comenzó a observar, como un depredador midiendo el terreno antes de lanzarse.
La tienda era amplia, con grandes ventanales. Dentro, Svetlana tocaba con suavidad un pequeño mameluco, mientras Dante, imponente y serio, observaba cada detalle a su alrededor.
Fiorella dio un paso atrás, saliendo del campo visual de los guardias. El corazón le martillaba en los oídos, pero su mente trabajaba rápido. A la vuelta de la esquina, vio un camión de reparto estacionado. Dos empleados bajaban cajas marcadas co