Ásgeir avanzaba por el pasillo como un lobo en territorio enemigo. La casa ardía en caos, pero en su mirada no había miedo, solo resolución. Llevaba el arma en alto, aunque aún no la había disparado. Pero en cuanto lo vio supo que no lo necesitaba. No para ese encuentro.
El eco de unos pasos lo hizo detenerse. Torque apareció al final del corredor, erguido, corpulento, con los nudillos vendados y los ojos encendidos de pura adrenalina.
—Sabía que iba a encontrarte aquí—gruñó Torque, girando el cuello con un crujido amenazante—. No suele alejarte mucho de tu amo.
Asgeir sonrió, seco. El tipo no era estúpido.
—No subi por Dante. Subí por ti.
Y entonces se lanzó.
El impacto fue brutal. Cuerpo contra cuerpo, hueso contra hueso. Asgeir no era un asesino impulsivo; era un profesional, entrenado en todos los campos posibles, pero Torque era una bestia, puro músculo y rabia. La primera embestida lo lanzó contra una pared, y el yeso estalló a su alrededor. Sangre le brotó del labio, pero no re