Lo amaba.

A pesar de todo, lo seguía amando.

Su cuerpo lo recordaba, su piel lo reclamaba en cada suspiro. Pero él estaba tan lejos, tan alto, tan fuera de su alcance.

Ahora era un hombre casado, un Cancino poderoso, mientras ella seguía luchando día a día por sobrevivir.

La distancia entre ellos era más que física… era un abismo hecho de orgullo, dolor y destino.

Mientras tanto, Jorge conducía sin rumbo fijo, aún con el corazón desbocado.

No podía dejar de pensar en ella, en su vientre redondo, en esa mirada serena pero cargada de reproche.

¿Estaba embarazada de él?

La idea lo golpeaba una y otra vez, como una tormenta que no cesaba.

Si ese hijo era suyo, ¿cómo no lo supo antes? ¿Por qué nadie se lo dijo?

Recordó su última conversación, los malentendidos, la forma en que Dayana lo manipuló, llenándole la cabeza de mentiras.

Y ahora… verla así, tan hermosa, tan diferente, tan ajena, lo desarmó por completo.

Quiso seguirla, hablarle, pedirle perdón, pero no se atrevió.

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