Capítulo 1

Casi dos años después.

 —¿Casarme? —cuestionó Alexander después de que su padre le dijera que era hora de dar ese paso.

—Sí, eso dije —Respondió Robert Green, su padre.

Alexander miró hacia todos lados en busca de la cámara escondida y esperó a que su papá le dijera que se trataba de una broma.

—No, no lo haré —dijo en cuanto se dio cuenta de lo serio que él hablaba.

—No fue una pregunta —Alexander apretó los puños y lo desafió con la mirada—. Tal vez ahora no lo entiendas, hijo. Pero te darás cuenta que es lo mejor…

—¿Mejor? ¿Para quién?

—Para nuestras granjas, nuestra empresa y nuestro futuro en el mercado internacional del Kiwi, pero, sobre todo, lo mejor para ti.

—No estoy seguro de eso, papá.

Robert pensó que: por ahora sería mejor no decirle que su principal motivo era porque él deseaba ver a su hijo formar una familia, estaba seguro que sería un mejor hombre y empresario si tenía a su lado a una buena mujer, como lo había sido su madre. Por desgracia Alexander no pensaba lo mismo desde que sus ilusiones fueron rotas. Y ahora debía convencerlo de otra forma.

—Bien —Robert tomó un folder y lo deslizó sobre el escritorio—. Espero que con estos números puedas convencerte. Al firmar este contrato con los productores de Kiwis de mejor calidad, nos aseguraremos de comercializarlo nosotros mismos a países de Asia y Europa; formaríamos una cooperativa de productores.

—Esto… ¿Estás hablando de ser los únicos en distribuir toda la producción de Kelly kiwifruit?

—Sí.

—Este negocio es estupendo —Alex frunció el ceño—. Pero… ¿Qué tiene que ver esto con casarme? No entiendo.

—No habrá un contrato que firmar, si no te casas con la hija de Brian Kelly. Y no aceptaré un no como respuesta. Quiero formar esta cooperativa con Brian.

Alexander podía hacer cualquier cosa para mantener el legado de su familia y hacerlo aún más exitoso, pero de seguro que casarse era algo que no esperaba volver a considerar, no después de que su exnovia lo rechazara hace dos años. Talvez algún día lo haga, pero no ahora. Su padre no podría estarle exigiendo un matrimonio por intereses ¿En que estaba pensando?

—No entiendo desde cuando cambiaste de opinión sobre lo sagrado del matrimonio, además ¿Por qué el señor Kelly quiere casar así a su hija? ¿Es que acaso es fea y no le ha conseguido un marido?

—¿Fea? —Robert sonrió— Estoy seguro que ese no es el caso.

—¿La conoces?

—Por supuesto, te dije que quiero lo mejor para ti y tu futuro. Y esa chica lo es ¿Sabías que ella tiene un laboratorio en Cambridge y que gracias a ella Brian produce los kiwis de mejor calidad y además está a punto de sacar una nueva variedad?

—¿Hablas de Ariadna Kelly, la que nunca se hace presente en las actividades de los productores?

—Ella misma. No asiste a las ferias y demás actividades porque su padre se hace cargo de esas cosas —Explicó Robert. Alex entrecerró sus ojos.

—Papá ¿Porque siento que hay algo que no me estás diciendo? —Robert, podía confiar en su hijo, pero hizo una promesa y no iba a romperla.

›› ¿Sabes qué? Olvídalo, no importa. De todas formas, mi respuesta sigue siendo la misma. No voy a casarme.

—Y vuelvo y repito, no fue una pregunta, hijo.

—¿Y qué vas hacer? ¿Obligarme?

—Si es necesario, Sí.

—No puedes hacerlo papá. Por si no te has dado cuenta ya soy un hombre que está llegando a sus treinta.  Seré yo quien decida cuándo y con quien casarme, si es que lo hago. Yo tomo mis propias decisiones con respecto a mi vida.

—Pero no con respecto a mi empresa. Si no estás dispuesto a hacerlo. Buscaré a alguien más; quizás tu hermano a alguno de tus primos.

—Te deseo buena suerte con eso —Su padre sonrió y Alex supo que ahí no terminaba aquel asunto.

—Entonces, empieza a buscar que más hacer, porque no formarás parte de esto. —Robert salió de detrás de su escritorio, pasó por su lado y palmeó su hombro.

—Espera, papá ¿A qué te refieres con eso? —Cuestionó deteniéndolo y colocándose de pie.

—Está muy claro, hijo.

—¿Estás despidiéndome?

—Así es. Dejarás el cargo de subdirector y no heredarás mi cargo, cuando me retire.

—Mi hermano es médico, no puede hacerse cargo de la empresa y tampoco le interesa ¿Quién más lo hará, sino yo?

—Alguien lo hará, yo me preocuparé por eso. —Robert no dejó que dijera nada más y salió de la oficina dejándolo solo y confundido.

No podía creer lo que su propio padre estaba haciendo con él. Había estudiado en una de las mejores universidades de Inglaterra, se había preparado lo mejor posible y había trabajado hombro a hombro con su padre desde su regreso a Nueva Zelanda para poder llegar hasta donde está en ese momento. Y ahora simplemente lo hace a un lado, como si no se mereciera nada. Y todo por un estúpido acuerdo matrimonial.

—Es una locura —musitó. No es que no creyera en el amor o en el matrimonio. Había sido testigo de cómo sus padres se amaban. Pero quizás él no estaba destinado a vivir un amor como el de ellos.

Alexander camino hacia la puerta y luego de regreso, hizo lo mismo un par de veces más mientras pasaba sus manos por sus cabellos castaños. Debía encontrar una forma de hacer que su padre cambiara su decisión ¿pero que podía hacer? Se detuvo apoyándose en el escritorio. Dio un golpe sobre la mesa y soltó una maldición.

****

Viajar a Mount Maunganui no era precisamente lo que había planeado hacer ni siquiera en los próximos… quizás por el resto de su vida. La ciudad era hermosa, pero para ser sincera no quería volver ahí nunca más.

Ariadna Kelly se había propuesto no volver a aquella ciudad desde que había perdido a Oliver en aquel accidente. Deseaba tanto poder olvidar; deshacerse de todo aquel sufrimiento que vivió hace casi dos años en el día de su boda. Aún no había podido superar el dolor y no estaba segura si algún día podría. Ese día debió ser el más feliz de su vida, pero se convirtió en la más oscura de sus noches.

Su padre se había empeñado en hacerla volver con demasiada insistencia, y lo peor es que aún no sabía el motivo. No pudo seguirse negando y por eso ahora conducía por aquellas calles rumbo a casa de su familia.

La lluvia era muy fuerte y no podía ver con claridad. Podía parar en algún lado, pero ya faltaba poco para llegar a casa. Así que decidió continuar.

Quizás debió de haber seguido su instinto y detenerse. Un auto salió de la nada y aunque logró frenar, eso no evitó que impactará su camioneta contra ese auto.

Estaba muy aturdida por el reciente golpe en su cabeza y también por el susto que se acaba de llevar, sus manos temblaban. Su mente se llenó de recuerdos de aquella noche que jamás podrá olvidar. No había notado la presencia de un hombre, hasta que este tocó su hombro.

—¿Estás bien? —le preguntó. Intentó apagar todos los recuerdos y concentrarse en la cálida voz de aquel hombre para no perderse en lo doloroso que eran sus recuerdos.

Ariadna lo miró, abrió la boca para decir algo, pero su voz no le salió cuando sus miradas se encontraron. Sus ojos eran de un celeste claro, cejas tupidas y pestañas hermosas. Su barba un poco grande, pero muy bien cuidada y tenía el cabello algo desarreglado, pero eso solo lo hacía verse aún más atractivo. Su mirada se centró en sus labios por algunos segundos.

›› ¿Señorita se encuentra bien? —cuestionó nuevamente el hombre.

Ariadna negó con la cabeza antes de apoyarse en el volante y cerrar sus ojos. Se sentía mareada.

—Debemos llevarla al hospital —dijo la voz de otro hombre.

—No —musitó ella—, al hospital no.

—Carajo está sangrando —le susurró el primer hombre al segundo.

—Entonces hazte a un lado —El segundo hombre se inclinó hacia ella— Señorita, soy médico, déjeme revisarla.

—Está bien. —aceptó.

—La llevaré a un lugar seguro.

El médico se giró hacia su amigo y le dijo:

›› Alex, la llevaremos a mi casa.

—De acuerdo —Alex se alejó. Hubiera querido ser él quien la ayudara, pero no estaba seguro de si podría hacerlo con su problema de hematofobia.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo