CAPÍTULO 5

Paso el resto de la mañana moviéndome por mis clases como un fantasma. Las palabras de Vanessa siguen repitiéndose en mi cabeza, afiladas y venenosas. Para la hora del almuerzo, estoy sentada en la cafetería del campus con la laptop abierta frente a mí, fingiendo estudiar sin entender nada.

Mi teléfono vibra.

A.H.: ¿Cómo va tu día?

Dudo un segundo, pero termino diciéndole la verdad. Con él es fácil. Seguro. No pertenece a este mundo académico donde la gente sonríe por fuera y critica por dentro.

Yo: Honestamente… bastante mal. Me nominaron para un concurso importante y, en vez de alegrarse, algunos dicen que solo lo logré por mi asesor.

Su respuesta llega de inmediato.

A.H.: Eso es absurdo. ¿Tú crees que tu trabajo es bueno?

Miro la pantalla, pensándolo bien.

Yo: Sí. Creo que es lo mejor que he escrito.

A.H.: Entonces eso es lo que importa. Cuando alguien se siente amenazado, siempre tratará de desacreditarte. Eso habla de ellos, no de ti.

Siento un calor suave en el pecho. Siempre sabe qué decir.

Yo: ¿Y si tienen razón? ¿Y si él solo me nominó porque… no sé… se siente obligado?

A.H.: Por todo lo que me has contado, no parece un hombre que haga cosas por lástima. Más bien parece alguien que valora la excelencia y exige esfuerzo.

No puedo evitar sonreír.

Yo: Definitivamente no es del tipo simpático.

A.H.: Exacto. Si te nominó, es porque lo mereces. Confía en eso. Y confía en ti.

Leo su mensaje tres veces.

Yo: Gracias. Lo necesitaba.

A.H.: Siempre. ¿Vas a participar en el concurso?

Yo: Ya no tengo opción. Si no participo, quedará como que me intimidaron.

A.H.: Bien. Y vas a ganar.

Yo: No puedes saber eso.

A.H.: Te conozco. Eso basta.

Ahí está otra vez. Esa forma en que me hace sentir como si fuera la persona más importante de su mundo.

Yo: Ojalá estuvieras aquí.

Lo mando antes de pensarlo demasiado. Mi corazón se cae al estómago. Demasiado honesto. Demasiado vulnerable.

Su respuesta llega enseguida.

A.H.: Yo también quisiera estar ahí. Más de lo que crees.

Mi pulso se acelera.

Yo: Entonces ¿por qué no estás? ¿Qué es esa “situación complicada” que mencionas siempre?

Los puntos aparecen. Desaparecen. Vuelven.

Hasta que por fin:

A.H.: Es difícil explicarlo por mensaje. Pero te lo diré pronto. Lo prometo. Solo… confía en mí un poco más, ¿sí?

Suena sincero. Incluso nervioso. Y eso me desarma.

Yo: Está bien. Pero no puedo esperar para siempre.

A.H.: Justo. Y pronto sabrás todo.

Esa tarde me voy a la biblioteca: ventanas altas, silencio perfecto y ese olor a papel viejo que siempre me calma. Ocupo una mesa en la esquina y esparzo mis notas y libros, decidida a escribir un ensayo tan fuerte que silencie cualquier rumor.

Estoy tan concentrada que no oigo los pasos hasta que una voz baja rompe el silencio.

—¿Trabajando hasta tarde, señorita Rivera?

Casi salto de mi asiento.

El profesor Cross está junto a mi mesa.

No viste de negro como siempre. Su camisa azul marino le queda demasiado bien, las mangas remangadas hasta el antebrazo, el cabello ligeramente desordenado como si se lo hubiera tocado varias veces. Se ve… más joven. Más real.

—Profesor Cross —digo, sintiendo mi corazón acelerarse—. No sabía que estaría aquí.

—Podría decir lo mismo. —Sus ojos recorren mis libros y apuntes—. ¿Investigación para el concurso?

Asiento, sintiendo mi inseguridad crecer. —Quería empezar de inmediato.

—Suena como si quisieras demostrar algo.

—Quizá sí.

—¿A quién?

—Vanessa Sterling insinuó que solo obtuve la nominación por… trato especial.

Su expresión se endurece de inmediato.

—Vanessa Sterling es insegura —dice sin rodeos—. Lleva tres años aquí y no ha producido nada destacable. Tú llevas un semestre y ya superas a la mayoría de estudiantes de posgrado.

Parpadeo. Trago saliva.

—¿Usted… me nominó? —pregunto en voz baja.

—Sí. —Da un paso más cerca, su voz baja y firme—. Junto con el profesor Ashford.

Mi garganta se cierra.

—¿De verdad creíste que nominaría a alguien por lástima?

—No estaba segura.

Su mandíbula se contrae. No está molesto… está casi ofendido.

—Permíteme aclararlo —dice, más suave pero más intenso—. Te nominé porque tu trabajo es excepcional. Porque arriesgas en tu análisis. Porque cuando dejas de dudar y escribes con certeza… eres brillante.

Brillante.

La palabra me golpea directo al pecho.

—No entrego nominaciones para hacer sentir mejor a nadie —continúa—. Si crees que lo hago… entonces no me conoces en absoluto.

—Lo siento —susurro—. No quise cuestionar su criterio.

Él sostiene mi mirada por un largo segundo que se siente eterno. Luego señala mis notas.

—¿Cuál es tu tema?

Le explico: literatura victoriana, voces femeninas borradas, silencio literario.

Me escucha con atención. Muy de cerca.

—Ambicioso.

—¿Demasiado?

Su boca se curva apenas. —No si lo acotas bien. La idea es fuerte. —Revisa sus libros y me entrega uno—. Lee el capítulo siete.

—¿Por qué?

—Porque te hará replantear todo —responde simplemente.

Los dos estiramos la mano para tomar otro libro al mismo tiempo. Nuestras manos se rozan.

Y el mundo se detiene.

Un choque.

Calor.

Un segundo suspendido donde no existe nada más.

Su mano es cálida. Firme. Demasiado firme.

Él retira la mano primero y carraspea. —Debería dejarte trabajar.

—Sí. Gracias —murmuro.

Recoge sus libros, pero antes de alejarse, se gira hacia mí.

—Emma —dice, suave, casi íntimo—. Mereces esta nominación. No dejes que nadie te haga dudarlo.

Y se va, perdiéndose entre los estantes.

Me quedo mirándolo, con el corazón golpeando en mi pecho.

¿Qué… fue eso?

Intento quedarme una hora más, pero es inútil. Mi mente repite la manera en que me tocó la mano, la forma en que dijo mi nombre, el cambio en su voz.

Al final, guardo mis cosas y camino a casa. Saqué el teléfono de inmediato.

Yo: Pregunta rara: ¿se puede sentir atracción por alguien que también te saca de quicio?

A.H.: Muy posible. A veces quienes más nos desafían son quienes más nos atraen. ¿Por qué?

Mi corazón late más fuerte.

Yo: Me encontré con mi profesor en la biblioteca. Y pasó… un momento. Quizá lo imaginé.

A.H.: ¿Qué tipo de momento?

Yo: Nuestras manos se tocaron al tomar un libro. Fue mínimo. Estúpido. Pero se sintió… intenso. ¿Suena loco?

A.H.: No. A veces los toques más pequeños son los que más significado tienen.

Mi pecho se aprieta.

Yo: No debería pensar así en él. Está mal. Y él probablemente ni me ve de esa manera.

Mi teléfono vibra con su respuesta.

Pero no la abro.

Porque de pronto… ya no estoy tan segura de que mi última frase sea cierta.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP