—No hay nada en esta ciudad, ¿nos podemos marchar? —Walas no quería ceder y seguía de quisquilloso.
Las carpas siguen, es como si fuera un circo desolado. Mis pies me guían hacia mi Ford Cortina azul cielo de los años sesenta y lo acaricié.
—¡Tremenda reliquia! —exclamó Walas e intentó abrir la puerta, pero sacó la mano agitado—. ¡Ouch, está caliente!
—Eso te pasó para que no toques las pertenencias ajenas —dije divertida y la bestia se empezó a reír extraño.
Es como ver a una foca sonriendo.
—Si te da tanta risa, a ver toca tú. —Walas se movió veloz y sostuvo la mano con garras de Galusan.
—No vuelvas a tocarme —lo empujó Galusan rabioso y Walas derrapó levantando polvo. Galusan se movió a la velocidad de la luz hasta llegar al frente del Ford—. Me sentaré —dicho eso se arrimó en el baúl del vehículo y puso una pierna escamosa encima de la otra rodilla. En ningún momento se quejó y mira con superioridad a Walas—. No quema. —Su parte trasera frotó para dar énfasis.
Walas vino co