—Clara se recuperará, seguro que sí.
Diego contuvo el dolor, pero al llegar a las últimas palabras, ya se le había quebrado la voz.
—Entonces, ¿qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer yo?
Javier se sintió desconcertado. Había vivido treinta años, y nunca antes se había sentido tan desorientado. Paseaba de un lado a otro, murmurando para sí mismo.
—Bien, ¡entonces voy a acabar con Alejandro!
Dijo, y se preparaba para salir corriendo, pero Diego lo detuvo firmemente.
—¡Dejen de hacer escándalo!
Una voz áspera y rota alcanzó el corazón de todos.
Todos levantaron la cabeza y vieron a Clara de pie, rígida en la mitad de la escalera en espiral. La luz suave y delicada que solía tener en su rostro había desaparecido, reemplazada por un tono pálido y sin vida.
Verla así causó dolor a todos.
—Han pasado tres años, todo esto sucedió hace casi tres años. Hace mucho que dejé de preocuparme. ¿Por qué siguen mencionándolo una y otra vez, por qué siguen hablando sin cesar acerca de esto?
Los ojos almendrad