Él la salvó la vida, una y otra vez, ¿y qué pasa entonces?
Comparados con el daño que él le causó, esos supuestos sacrificios grandiosos que él creía haber hecho no son más que polvo efímero.
—¡No... no!
Jimena negó con firmeza, con la frente sudorosa, —¡El incidente del hotel... no tiene nada que ver con ese hombre!
Clara sonrió fríamente, sin seguir preguntando.
Porque la expresión llena de defectos de esta mujer vil ya le había dado la respuesta.
—Clara, ¿hay algo más que quieras preguntarle? — La mirada suave de Rodrigo se volvió hacia Clara.
Clara negó levemente con la cabeza.
—Bien, llévatela. —Rodrigo agitó su mano grande.
Jimena abrió los ojos con sorpresa, —¿A dónde... a dónde vamos?
—A la comisaría.
Jimena se sintió como si le hubieran golpeado por un rayo, retrocedió con rabia, sudando fríamente, y gritó con voz aguda, —¡Rodrigo... me estás engañando! ¿No dijiste que, si confesaba, me dejarías ir?
—¿Dejarte ir? ¿Dije eso? Debes haberlo solo imaginado.
Rodrigo se dio la vuelt