Él entró lentamente en la sala de estar, sus ojos enrojecidos observaban detalladamente todo a su alrededor, viendo lo familiar de su hogar.
Todo parecía igual que antes, como si nada hubiera pasado.
—Señor, ha regresado—una voz muy suave y respetuosa, etérea y melodiosa, entró en lo profundo de sus oídos.
Rodrigo al instante esbozó una sonrisa cálida, hablando reflexivamente: —He regresado.
Sin embargo, nunca recibiría una respuesta a continuación.
Tristemente, Luisana ya no estaba.
Rodrigo ya no podía soportarlo más, su cuerpo, una vez erguido y orgulloso, se derrumbó de repente, sus rodillas golpearon con fuerza el suelo, su espalda se encorvó al instante, un sufrimiento claro en cada centímetro.
—¡Rodrigo!
—¡Rodrigo!
Alejandro y Mario corrieron directo hacia él, pero solo escucharon el sonido de sollozos muy suaves.
Con la cabeza hundida, lágrimas gruesas caían de sus ojos cerrados, golpeando con rabia el suelo como la intensa lluvia.
—Rodrigo, Mario y yo te ayudaremos a ordenar la