«Hay heridas que, en vez de abrirnos la piel, nos abren los ojos». Pablo Neruda
Toqué la puerta casi con desesperación, pues no quería que Robert saliera de la habitación y me encontrara. Pero nadie abrió. Insistí tocando más fuerte.
—¡Camila! ¡Soy Elizabeth! ¡Abre, por favor! —después de tocar varias veces ella abrió la puerta. Estaba en pijama y lucía soñolienta.
—¿Qué quieres? —preguntó con tal frialdad que mi corazón se comprimió y los ojos se me llenaron de lágrimas. ¿Será que ya no me consideraba su amiga? Al verme compungida noté en su rostro la compasión y abriendo totalmente la puerta dijo—: Pasa.
Miré a mi alrededor buscando a Christian, pero no lo vi por ninguna parte. Necesitaba verlo, conocer su