El amor puede esperar todavía cuando la razón desespera. George W. Lyttelton
—¡Elicita! —escuchaba la voz aguda de mi madre llamándome entre la multitud de personas que esperaban a sus familiares.
Al verla de lejos, llamó mi atención lo joven que se veía a sus cincuenta y un años. Mi madre era muy terca y por más que le dije que no era necesario que me fuera a buscar al aeropuerto, ella insistió. Mi madre decía que era muy triste llegar a un lugar y que nadie te recibiera. Para mí era solo cuestión de cultura.
Apresuré el paso hacia ella y nos encontramos en un efusivo y fuerte abrazo. Luego de separarnos me llenó de besos, sin importarle avergonzarme delante de todas las personas que estaban cerca de nosotras.
—¡Me alegra tanto verte! —exclamó emocionada—. Te extrañé t