No hay nada como mirarme en tus ojos de nuevo y recordar todas las promesas que hicimos antes de separarnos.
—¿Qué hora es? —me preguntó mientras acariciaba mi espalda.
Con pereza salí de entre el calor de su pecho, me estiré y tomé mi celular de la mesita de noche. Eran las ocho y media de la mañana.
—Debo irme. Esta tarde me voy a Nápoles a la casa de mis padres. Si Camila no está despierta vendré a despedirme antes de marcharme. Estoy seguro que ella protestará, no le digas nada hasta que yo llegue.
—Está bien. Voy a extrañarte —le dije volviéndome a acurrucar entre sus brazos.
Sin ánimo de separarnos, nos levantamos y nos dimos una ducha rápida y nos vestimos. Antes de salir de la habitación lo besé como si fuera la última vez que lo vería y lo tendr&iacu