"¡Ay! ¡Oye!". Grité, dándole un golpe en la cabeza y provocando su risa mientras sentía cómo se me ponía duro el pezón por debajo de la camiseta. Sin embargo, no pude evitar reírme también.
"¿Quieres entrar?", me preguntó, haciendo un gesto con la cabeza hacia la cabaña que teníamos detrás.
Sabía