Al hacerlo, los ojos de Nina se abrieron de golpes, muy abiertos y frenéticos. Empezó a agitarse y a gritar que no quería tomar la medicina. Corrí hacia ella y la agarré por los hombros, empujándola hacia la cama y acercando mi cara a la suya para que pudiera verme.
“¡Nina!”. Grité. “¡No pasa nada