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1. La Arquitecta de su Propio Derrumbe

Kaliope Ivánova nació en la ciudad de Krasnaya, una pequeña localidad al norte de Almazov, una ciudad industrial conocida por sus imponentes construcciones. Desde pequeña, Kali como solía decirle a su padre, había tenido una relación especial con los edificios, con las estructuras que se levantaban como si contaran historias sin necesidad de palabras. Creció en una familia humilde, pero con una fuerte inclinación hacia el arte de la construcción. Su padre, un obrero del gremio, la llevaba con él a las obras cuando no encontraba con quién dejarla. Desde entonces, se enamoró de ese mundo de bloques, planos y proyectos.

A diferencia de muchas otras mujeres, Kali nunca se conformó con ser solo la esposa de un arquitecto o ingeniero. Desde joven, se forjó su propio destino. Cuando terminó la secundaria, se trasladó a la capital, Almazov, donde comenzó a estudiar arquitectura en una de las universidades más prestigiosas de Rusia. Pero lo que realmente la hizo destacar no fue solo su inteligencia o habilidad para diseñar edificios, sino su capacidad para estar en el campo, con los obreros, dirigiendo las obras, dando órdenes y tomando decisiones rápidas. Kali no solo diseñaba planos; ella sabía cómo se levantaba un edificio desde sus cimientos.

En muchas ocasiones, se la veía con los trabajadores, guiándolos en el proceso de construcción, ajustando estructuras, asegurándose de que todo estuviera alineado y perfecto. No temía ensuciarse las manos, y eso fue lo que la hizo destacar en su campo. Tenía un talento único para ver lo que otros no veían, para anticiparse a los problemas antes de que se volvieran graves.

A los 29 años, después de un romance vertiginoso, Kali se casó con Alejandro Pomerov, un hombre encantador y ambicioso, proveniente de una familia adinerada. Alejandro era conocido por su brillantez en el mundo de la construcción, pero también por su astucia en los negocios. Pomerov, dirigía Pomerov Group, una de las empresas constructivas más grandes y respetadas del país, con proyectos a nivel internacional.

A pesar de que su matrimonio comenzó con una pasión desbordante, el tiempo no tardó en abrir grietas en su amor. Kali, por su parte, cometió el error de dejar que su vida profesional pasara a segundo plano. En lugar de seguir al mando de su exitoso estudio de arquitectura, que había fundado con esfuerzo y dedicación, decidió entregar las riendas a dos de sus mejores amigos: Sofía Morozova y Dmitri Petrov, quienes también eran arquitectos talentosos.

El estudio seguía siendo suyo, con un 65 % de las acciones, mientras que los demás socios solo tenían un pequeño porcentaje. Sin embargo, cegada por el amor y el deseo de ser una buena esposa, dejó de tomar decisiones importantes y delegó completamente en ellos. Poco a poco, se fue distanciando del estudio, concentrándose más en Alejandro y en su vida con él.

Aunque Ivánova LAB seguía siendo de su propiedad, Kali pasó de ser la arquitecta principal a una colaboradora que solo intervenía en proyectos menores, muchos de los cuales ni siquiera requerían su presencia. En lugar de liderar, simplemente aprobaba planos que le enviaban, dejando su negocio en manos de otros. A pesar de haber alcanzado el éxito que muchas soñaban, se dedicó a vivir para su esposo, con la esperanza de que ese sacrificio la hiciera feliz. Pero el costo comenzaba a pasarle factura.

Alejandro Pomerov, por otro lado, aunque no era un buen esposo, sí era un excelente hombre de negocios. Dirigía su constructora con maestría, y su habilidad para negociar y cerrar tratos lo posicionaba como uno de los arquitectos más respetados de la alta sociedad. Sin embargo, su vida personal estaba marcada por el desdén hacia Kali. Mientras que en el ámbito laboral era admirado y estimado, en su hogar era frío y despectivo. Los días se convertían en semanas sin una sola palabra amable.

Kali vivía una lucha interna. Su amor por él seguía siendo fuerte, pero la indiferencia de Alejandro se volvía una carga cada vez más pesada. Y fue en medio de esa tensión que ocurrió la llamada misteriosa, una conversación que le cambiaría la vida.

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La llamada misteriosa

Era una tarde lluviosa cuando Kali llegó a casa. Había tenido un día largo supervisando un nuevo proyecto y, como siempre, su mente seguía centrada en los detalles: construcciones, planos, plazos. Pero al abrir la puerta, algo en el ambiente se sentía distinto. Alejandro estaba sentado en el sofá, con el teléfono en la mano, hablando en voz baja, algo poco habitual. No era la primera vez que lo veía hablando por teléfono, pero aquella noche, su tono de voz la hizo detenerse.

Al principio, Kali no prestó mucha atención. Supuso que se trataba de algún asunto de negocios. Sin embargo, a medida que se acercaba a la sala, pudo escuchar algunas palabras que despertaron su curiosidad. Decidió quedarse inmóvil, a medio paso, sin hacer ruido.

—No te preocupes, ya está todo bajo control —la voz de Alejandro sonaba tensa, aunque calmada. Sus palabras eran claras, pero había un dejo de incomodidad en su tono.

Kali esperó, conteniendo la respiración. Sentía que algo no encajaba.

—Sí, la vitamina está haciendo efecto... Aunque los efectos secundarios deberían ser más intensos en este ciclo. Estoy monitoreando todo —continuó Alejandro, y una sensación extraña recorrió a Kali al escuchar aquello. ¿Vitamina? pensó, confundida.

Guardó silencio. Alejandro respiraba más despacio, como si intentara calmar a quien estuviera del otro lado de la línea. Kali no se movía, inmóvil en el umbral de la puerta.

—No, no está mal. Como te dije, es un proceso largo. Necesitamos ser pacientes. Ya veremos cómo va reaccionando en las próximas semanas —dijo él con tono resuelto.

Kali frunció el ceño. ¿Vitamina? Nunca había escuchado de ninguna que causara efectos secundarios tan intensos. Y menos algo que ameritara el monitoreo constante. En ese instante, sintió una punzada en el vientre, la misma molestia que no la había abandonado en los últimos días. Ya no era solo un dolor recurrente; era algo que iba en aumento.

Tal vez sea solo el estrés, se dijo. Pero la incomodidad no parecía tan sencilla. De repente, las palabras de Alejandro regresaron con fuerza a su mente.

¿Efectos secundarios? pensó, asustada. ¿Qué estaba pasando con ella?

—¿Qué vitamina? —se atrevió finalmente a preguntar, revelando su presencia. Su voz sonó más baja de lo que esperaba. Alejandro no respondió de inmediato; parecía necesitar un segundo para decidir su respuesta.

—¿Qué te pasa ahora, Kaliope? —dijo con fastidio—. ¿Te quejas porque no me preocupo por ti? Intento hacer todo lo que puedo y, en lugar de agradecerme, sales con estas estupideces. ¿Quién te entiende, mujer?

Kali se quedó callada, sintiendo cómo esas palabras la golpeaban como una ola. Alejandro siguió, ya claramente molesto.

—¡Eres una idiota! —exclamó, levantándose de golpe del sofá y dejando caer el teléfono con brusquedad—. Me esfuerzo por hacer todo bien y lo arruinas con tus paranoias. Estoy intentando ser el buen esposo que quieres, pero parece que nunca es suficiente para ti. Ya me tienes harto, Kaliope.

Ella intentó detenerlo, acercándose rápido, pero Alejandro la empujó de forma brusca para salir de la sala. Kali tropezó y lo vio alejarse hacia la puerta.

—No, espera, Alejandro, por favor... —dijo con voz quebrada, pero él no la escuchó. Abrió la puerta con fuerza.

—¡Me voy! —gritó, antes de dar un portazo.

Kali se quedó allí, mirando la puerta cerrada, sintiendo el peso de la soledad aplastándola. Otra noche sola, pensó. La casa estaba vacía, y el eco de las palabras de Alejandro retumbaba en su mente.

Se dejó caer lentamente en el suelo, abrazándose las rodillas como si pudiera protegerse del dolor. ¿Qué estaba fallando? pensó entre sollozos. ¿Por qué nunca era suficiente?

El tiempo pasó, y Kali no pudo evitar sumirse en un mar de pensamientos. Lo había intentado todo: ser la esposa perfecta, apoyar su carrera, seguir sus consejos… pero nada parecía llenar el vacío. ¿Qué había hecho mal? se preguntaba una y otra vez.

Justo cuando sentía que la desesperación la consumía, una sensación extraña recorrió su espalda. Como si algo invisible acechara desde las sombras de su vida. Algo que aún no entendía, pero que ya comenzaba a presentir. El frío en la casa se volvía más intenso, y Kali no podía evitar pensar que estaba pasando por alto algo importante.

Pero no lograba identificar qué era.

Al final, se abrazó a sí misma, sintiendo la soledad apoderarse de su ser, mientras sus pensamientos giraban sin descanso.

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