Al día siguiente, la ansiedad de Kali creció como una sombra al acecho. No podía concentrarse: sus pensamientos iban y venían, y la información que Héctor había mencionado la inquietaba profundamente. Sentada frente a la pantalla de su computadora, revisaba su correo una y otra vez, sin hallar consuelo.
—Es un asunto delicado... mejor déjalo para otro momento —recordaba las palabras de Héctor, sintiendo una mezcla de desconcierto y frustración. ¿Qué tipo de vitamina no podía encontrarse en internet? ¿Por qué él estaba tan renuente a ayudarla? Algo no estaba bien, pero las piezas del rompecabezas aún no encajaban. Finalmente, la inquietud la obligó a hacer lo que había estado evitando. Tenía que saber la verdad, sin importar el costo. Se levantó de la silla, tomó el teléfono y marcó el número de Alejandro. Sin embargo, cuando la llamada comenzó a sonar, un pensamiento la detuvo. ¿Qué pasaría si él sabía más de lo que decía? ¿Y si estaba detrás de todo esto? Entonces, una imagen vívida cruzó su mente: el primer día que conoció a Alejandro. Un hombre con mirada decidida, lleno de ambición, pero también con un aire de confianza que la cautivó. La atracción fue inmediata, como si estuvieran destinados a encontrarse. Pero ahora, esa misma confianza parecía desmoronarse como un castillo de naipes. ¿Qué secretos le ocultaba su esposo? No podía evitar recordar los momentos compartidos. Su amor fue profundo; construyeron una vida, compartieron sueños y proyectos. Pero algo había cambiado. ¿Cuándo empezó todo? ¿Cuándo se filtró la desconfianza entre ellos? Kali cerró los ojos por un instante, dejándose llevar por los recuerdos: el primer beso, las noches de conversaciones infinitas, las promesas de un futuro juntos. Pero algo se había roto. Las inyecciones. Esas inyecciones que él insistió en que eran por su bienestar, aunque ella nunca comprendió del todo. ¿Qué más le había ocultado? Sentía que estaba atrapada en un juego con reglas que desconocía. Llenándose de determinación, se levantó. No podía seguir viviendo en la incertidumbre. Tenía que actuar. Caminó hacia el ventanal de su oficina. La vista de la ciudad, que solía darle paz, ahora solo le mostraba obstáculos. El futuro junto a Alejandro se desdibujaba como una niebla densa. El frío viento golpeaba el cristal, y con cada ráfaga, su resolución crecía. Sobre el escritorio, la carpeta del proyecto de construcción seguía ahí, olvidada. Un reflejo de cómo había desplazado todo lo demás por centrarse en las sombras de su vida personal. Tomó el teléfono nuevamente. Esta vez, con decisión. Llamó a Sofía. —¿Sofía? Necesito hablar contigo. Es urgente —dijo Kali, con la voz tensa, pero decidida. —Kali, ¿qué pasa? —respondió Sofía, preocupada—. ¿Todo bien? —No. No lo está. No sé si lo que estoy pensando es real o si estoy perdiendo la cabeza, pero necesito tu ayuda. —Cuéntame, ¿qué pasó? Kali le explicó, entre sollozos y palabras entrecortadas, todo lo ocurrido en los últimos días: la extraña vitamina, las evasivas de Alejandro, su comportamiento distante. —¿Tú crees que él podría estar involucrado en algo que me esté ocultando? —preguntó, con un tono cada vez más grave. Sofía guardó un largo silencio. Sabía que Kali confiaba en ella, pero esta situación no era menor. —No lo sé, Kali... pero si sientes que algo no está bien, probablemente tengas razón. No puedes ignorarlo. Si te incomoda, debes actuar. Las palabras de Sofía se quedaron grabadas en su mente: actuar. ¿Cómo enfrentar a Alejandro después de todo lo vivido? ¿Y si solo era paranoia? Terminó la llamada con un nudo en el estómago. Todo lo que había empezado a sospechar tomaba forma, pero aún le costaba creerlo. La idea de que Alejandro ocultara algo tan oscuro era devastadora. ¿Cómo confiar en él después de esto? Se sentó frente al computador. Esperaba el correo que Héctor había prometido enviar con los documentos. Héctor, su antiguo socio, sabía de su lucha interna y había ofrecido ayudarla. Un sonido de notificación rompió el silencio: el mensaje había llegado. El asunto era simple, pero estremecedor: "Xypheron". Abrió el correo. El archivo adjunto era un conjunto de documentos médicos. Comenzó a leer, y con cada línea, el horror crecía: --- Nombre del fármaco: Xypheron Clasificación: Fármaco experimental de esterilización progresiva Forma de administración: Inyección intramuscular de liberación controlada Xypheron es un compuesto sintético en fase preclínica, desarrollado como anticonceptivo experimental con propiedades de esterilización progresiva. Su mecanismo de acción se basa en inducir atrofia selectiva en las trompas de Falopio, mediante un proceso controlado de degeneración celular programada. Actúa interfiriendo en la regeneración epitelial de los conductos uterinos, promoviendo una fibrosis localizada que, con el tiempo, lleva a una obstrucción irreversible. Debido a la falta de estudios amplios, su perfil de seguridad es incierto. Está bajo control estricto en entornos de investigación. Su uso en humanos está prohibido, debido a la posibilidad de efectos adversos sistémicos y complicaciones inmunológicas. Cualquier aplicación fuera de protocolos oficiales representa una violación ética y legal. Riesgos identificados: Inflamación pélvica crónica Dolor abdominal severo y espasmos uterinos Alteraciones menstruales Fiebre y reacciones inflamatorias Pérdida progresiva de la funcionalidad ovárica Posibles respuestas autoinmunes Los ensayos en animales han mostrado fibrosis no localizada y afectación de tejidos adyacentes. Su aplicación en humanos representa un riesgo elevado y está estrictamente prohibida fuera de estudios autorizados. Estado actual: fase preclínica, uso restringido a laboratorios. --- El tratamiento no solo era experimental: también estaba diseñado para deteriorar, lenta e irreversiblemente, el sistema reproductor femenino. No solo le impediría ser madre, sino que lo hacía de forma progresiva, silenciosa. Y lo más aterrador: le habían administrado la inyección sin su consentimiento. Kali comenzó a temblar. El pánico se apoderó de ella. El daño era potencialmente irreversible, y cada día que pasaba, su esperanza de recuperarse disminuía. Se desplomó en la silla, sin aire, con el corazón latiendo a toda velocidad. Las lágrimas brotaron sin control. Se cubrió el rostro con las manos y, entre sollozos, solo pudo murmurar: —¿Por qué? La imagen de Alejandro se volvía borrosa. Él, que debía protegerla, le había robado la posibilidad de cumplir su sueño más profundo: formar una familia. Esa ilusión, que la sostuvo durante años, se desvanecía. Y Alejandro, su esposo, era el responsable. Se levantó y caminó hacia la ventana. El aire nocturno golpeó su rostro, pero no logró despejar su mente. El dolor era tan profundo como la traición. Todo lo que creía conocer de él estaba cayendo como una fachada rota. Sabía que no podía permanecer en la ignorancia. Debía enfrentarlo. Aunque no se sentía preparada, aunque doliera. El teléfono sonó. Era Sofía. —Voy a confrontarlo —dijo Kali en voz baja, apenas audible. Hubo un breve silencio. —Kali... sé que esto duele, pero tienes que ser fuerte. Ya no puedes confiar en lo que él te diga. Enfréntalo, ahora más que nunca. Kali respiró profundo. El futuro que soñó junto a Alejandro se había desmoronado, pero no iba a rendirse. Buscaría la verdad, aunque le costara todo. La tarde dio paso a la noche, y con ella, el miedo comenzó a disiparse. Lo que venía no sería fácil, pero no se detendría hasta conocer la verdad.