Mundo ficciónIniciar sesión~ Amalia ~
El peso de la pistola negra en el compartimento de mi mono era un ancla de acero frío que me hacía dar cuenta de la gravedad de la situación. Yo tenía el arma de Dante, y yo tenía la prueba, el proyecto fuego rojo. Había llegado el momento de la ejecución. Salí de la suite a las tres y media de la mañana. El reloj indicaba que Marcus y Lucas estarían en sus respectivos turnos de vigilancia y descanso. La única persona que se atrevía a quedarse despierto a estas horas, bebiendo vino costoso y planeando su imperio, era Dante. Me moví por el pasillo con mucha precisión. Esta vez, no me molesté en buscar puntos ciegos, mi objetivo era demasiado importante para la discreción. Dante hoy dejaría su trono. La oficina de Dante estaba un poco iluminada, dando vista a las luces de la ciudad por la ventana. La puerta estaba sin seguro, tal como él solía dejarla, confiado en que su aura de terror era la mejor cerradura para la oficina. Abrí la puerta con una lentitud glacial. Dante estaba sentado en el borde de su escritorio, con una copa de vino en la mano y una laptop abierta frente a él. Su cara era alumbrada por la laptop, con la camisa parcialmente desabrochada, luciendo peligrosamente descuidado. Me acerqué a la oscuridad del fondo de la oficina, donde la luz no llegaba. Saqué el arma, su vibra fría se sintió natural en mis manos entrenadas. — ¿Dante? — Dije, mi voz era un susurro ronco, despojado de todo afecto o piedad. Él levantó la vista. No se sobresaltó, su mirada fue directamente al arma en mi mano, y sus ojos oscuros se posaron en mi rostro. No había sorpresa, solo una resignación cansada que me congeló por un instante. — Sabía que este momento llegaría, Amalia. —Dijo, tomando un sorbo lento de su vino. — ¿Vas a matarme en la misma silla donde me juraste lealtad forzada? Que predecible. — Tú no sabes nada sobre lealtad, Dante. —Respondí, levantando el arma con una precisión de francotiradora. El cañón tembló solo por el odio que corría por mis venas. — Sé lo que hiciste, sé sobre el proyecto fuego rojo. Dante soltó una risa seca, sin mover un músculo. Era un sonido hueco que me pareció ensayado, tal como planeé esta noche. — Siempre tan dramática ¿De verdad creíste que te dejaría ver el informe completo? El proyecto fuego rojo es una táctica, Amalia. Una jugada de ajedrez, no la sentencia de muerte que tú necesitas creer. — No eres más que un asesino, y esta es tu justicia. — Dije, mi dedo se movió hasta el gatillo, el frío metal se sintió como una extensión de mi propia voluntad. Justo cuando mis músculos se tensaron para apretar el gatillo, una voz aguda y desesperada gritó desde la entrada. — ¡Dante! ¡Ayúdame! Ambos nos congelamos. Una mujer joven, vestida con un uniforme de camarera manchado de sangre y lágrimas, se tambaleaba en el umbral. No era una extraña, era una de las bailarinas del club nocturno. — ¡Ellos vinieron por mí! ¡Los hombres de... de la vieja guardia! ¡Dijeron que me castigarían por trabajar para ti! La chica cayó de rodillas, su mano cubría una herida visible en su hombro, la sangre manchaba el mármol. Mi concentración se rompió. Mi formación militar y mi juramento como abogada se enfrentaron a mi sed de venganza. El código de no disparar cuando hay inocentes en la línea de fuego me paralizó. Dante reaccionó instantáneamente. Se levantó, ignorando el arma que yo sostenía, su atención completamente fijada en la mujer. — ¡Marcus! — Gritó, pero Marcus no estaba allí. Dante corrió hacia la camarera herida. Se arrodilló junto a ella, su mano experta revisó la herida. Su rostro, un segundo antes frío y cínico, ahora reflejaba una preocupación brutal y genuina. Una expresión que jamás había visto en este hombre de hielo. — Es superficial, aguanta. — Dijo, arrancando un trozo de tela de la silla de la oficina para detener el sangrado de forma improvisada. — ¡Alguien! ¡Llamen a mi médico! ¡Ahora! La camarera gimió, aferrándose al brazo de Dante. Yo permanecí paralizada, con el arma apuntando a su espalda. Este era mi momento, podía dispararle ahora, con la espalda descubierta. Pero si lo hacía, la camarera moriría desangrada, el recuerdo de mi padre en coma vino a mí mente. No podía ser como él. — ¡Amalia! — La voz de Dante era un rugido, rompiendo mis pensamientos. — Deja de apuntar y llama a Lucas. Necesito que se asegure de que nadie más de mi personal haya sido atacado. ¡Muévete! El contraste era insoportable. Este hombre, el asesino sin piedad que ordenó el ataque a mi padre, ahora estaba salvando la vida de una de sus empleadas. ¿Era una actuación? ¿O había una grieta de humanidad en su dura armadura? Bajé lentamente el arma. No por miedo, sino por el asco de convertirme en lo que él era, alguien que mata sin importar el daño que pueda causar. Mientras me dirigía al teléfono para llamar a Lucas, Dante levantó la vista. Me miró, no con gratitud, sino con una comprensión dolorosa. — Gracias por no disparar por la espalda, Amalia. Incluso en la venganza, hay un código. —Dijo, sin soltar a la camarera. — Yo no soy un mounstro, Dante — Respondí, sintiendo el fracaso quemarme en la boca del estómago. El intento de asesinato había fracasado, pero había descubierto una debilidad, su personal. Y él había descubierto que yo era incapaz de matar a sangre fría cuando había un inocente involucrado. El juego de poder acababa de cambiar.






