—¡Excelente!
La voz del director tronó por el set, arrancando aplausos entre el equipo técnico. Alba cerró los ojos por un instante, sintiendo cómo la tensión acumulada en sus hombros se desvanecía. El aire olía a lluvia, a luces calientes, a éxito. Un par de asistentes se acercaron con toallas, mientras Ernesto, aún jadeando por la escena, le ofrecía una mano para levantarse.
—¿Estuvo bien, verdad? —dijo él con una sonrisa torcida—. Lamento empujarte, incluso si es en el set.
—Es trabajo, Ernesto. Estoy bien —respondió Alba, aunque sus músculos todavía vibraban con la intensidad del rodaje—. Puedes traerme un café si quieres limpiar tu conciencia.
Alba bromeó mientras tomaba la toalla con una mano, y con la otra, casi como un acto reflejo, buscaba su móvil. Ernesto la observó, atento, con esa mirada suya que parecía querer leerle el alma.
—¿Ya te tiene así? —preguntó sin rodeos.
Alba levantó la vista, sobresaltada.
—¿Qué?
—No me mires así. Estás esperando que aparezca Massimo, ¿verda