Directo al grano

—Sí, quiero disculparme por la tardanza, no es excusa, pero tuve que pedir permiso a mi trabajo y… —ella guardó silencio al darse cuenta de que par paloteaba.

—Por favor, siéntate. ¿Quieres un café? ¿Té? —dice él en tono nervioso.

—Agua, por favor —ella pidió de forma de súplica, ya que había corrido demasiado

—Puedes ponerte cómoda sobre el sillón, luego pasaremos a la mesa.

Gisela asintió, caminó hacia la dirección, se sentó con elegancia en el sillón acolchado y cruzó las piernas. La sedosa tela roja subió un poco y le ofreció a Adal una buena vista de sus piernas, suaves y atléticas, o eso es lo que su cuerpo muestra a cualquier par de ojos que intentan deleitarse de ellas.

—¿Bocadillos? —pregunta él con mucha amabilidad, tratando de ser cordial.

—No, gracias —ella negó con la cabeza.

—¿Estás segura? —Adal insiste, tratando de ser un caballero.

—Sí.

Totalmente desconcertado hacia la mujer con la que no quería tener contacto físico alguno, empezó a llevarle un vaso de agua.

Se anal
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