Capítulo I: La invitación del emperador

Valiester abrió los ojos de golpe, a la vez que un ronco grito escapaba de su reseca garganta. Toda su piel estaba cubierta con una fina capa de sudor frío, que le heló las entrañas apenas fue acariciado por la brisa primaveral. 

El muchacho permaneció unos instantes sentado en la cama, observando su entorno con aire aturdido, intentando regular su agitada respiración. Solo cuando reconoció el mobiliario, y comprendió que se encontraba en su propia habitación, fue capaz de calmarse, aún así la sensación de sofocamiento y la dificultad para respirar no habían desaparecido del todo, por lo cual, arrastrando los pies desnudos sobre las frías losas, se asomó por la ventana entreabierta, y con los ojos cerrados inhaló una gran bocanada de aire frío en el cual podía olerse la sal del océano. 

Independientemente de la estación del año, para quienes vivían cerca del mar, todas las noches serían frías, sin excepción, por lo cual, era común que las puertas y ventanas de las viviendas fuesen lo suficientemente gruesas para cerrarse herméticamente y no dejar pasar el frío, Valiester era, sin duda, una excepción; considerado  excéntrico por unos, y demente por otros, puesto que jamás cerraba del todo las ventanas; de día estas estaban abiertas de par en par, y de noche, podía verse un fino borde que daba paso al interior de la habitación. Sin importar que tan ferozmente el gélido clima azotase allá afuera, el joven simplemente no podía tolerar los espacios cerrados y sin darle mayor importancia a la idea de contraer un resfriado, o morir de frío, jamás cerraría las ventanas. 

Luego de unos instantes en los que no hizo más que quedarse parado frente a la ventana abierta con los ojos cerrados, el viento finalmente pareció calar en lo profundo de sus huesos, y con un leve escalofrío cerró las pesadas cortinas color blanco, volvió a su cama y se dejó caer pesadamente sobre ella, pensando que difícilmente podría volver a dormir, pero tampoco tenía ganas de hacer cualquier otra cosa. 

Unas pocas horas después, Saimale, su hermana mayor, entró por esa ventana abierta, para encontrarlo profundamente dormido, con la cara hundida de la almohada, al ver el espectáculo negó varias veces con la cabeza, al tiempo que sus ojos se ponían blancos. 

Lo primero que hizo fue cerrar la ventana por la cual aún entraba un helado viento, y luego se acercó a la cama en la que Valiester dormía; su idea original se basaba en simplemente despertarlo, pero cuando lo vió tan sumergido en las profundidades del sueño, decidió que ya que irresponsablemente se encontraba durmiendo hasta tarde, no estaría mal darle un susto para que escarmiente. 

Con esa idea en mente, tosió unas pocas veces para luego forzar su voz al estado más ronco que pudiese lograr, y finalmente, habló. 

— ¡¿Así que durmiendo en clases?! ¡Recita el Codex Ildriano completo ahora, o serás azotado hasta que tus manos queden sin piel!

Presa del pánico, Valiester abrió los ojos inyectados en sangre, mientras que inconscientemente, sin analizar la situación, se sentó en postura recta, y con voz alta y cargada de genuino terror, comenzó:

— Primer apartado, para la caballería imperial: Un caballero imperial sirve al emperador y al pueblo del emperador; Un caballero imperial dará su vida honorablemente por el emperador; un caballero imperial jamás desobedece las órdenes del emperador, un caballero imperial nunca… — Había soltado todas esas palabras de tirón, sin detenerse a tomar aire, apenas pausó su lección unos instantes, se vió en su habitación, y a su hermana junto a la cama conteniendo la risa, no fue difícil comprender la situación. 

Al ver el rostro de Valiester, el cual aún seguía contorsionado por el horror, no pudo evitar estallar en carcajadas histriónicas.

— Me las vas a pagar. —Musitó el menor de los hermanos con sorna, tras calmarse. 

— Deberías agradecer que te desperté, —respondió Saimale. — Si sales corriendo ahora mismo, quizá llegues a tiempo a clases y no te azoten. 

El color que apenas había regresado a su rostro, no tardó en ser drenado nuevamente al escuchar esas palabras. 

— Que… — Guardó silencio unos instantes, como si evitando hacer la pregunta pudiese marcar diferencia alguna. — ¿Qué hora es?

— Diez y media de la mañana. 

No hizo falta decir más, se levantó de la cama con la velocidad de un rayo, y bajo la divertida mirada de su hermana, se cambió lo más rápido que pudo, para luego, salir sin siquiera desayunar. 

Las clases habían comenzado hace más de media hora, en un gran salón, construido enteramente en piedra sillería, con enormes ventanales por los cuales el sol bañaba el interior con su luz, un hombre alto y desgarbado, vestido enteramente de negro, observaba con el ceño fruncido, y sus ojos rodeados de oscuras ojeras, recorría una y otra vez al círculo de personas que lo rodeaban, sin encontrar a quien particularmente buscaba, cuando entonces, el eco de apresurados pasos resonó por el inmenso pasillo de mármol, mientras que un muchacho con el cabello despeinado, ostentando un uniforme color azul marino mal puesto, y el rostro rojo por la agitación, se precipitaba hacia adelante. 

El anciano Eadlyn puso los ojos en blanco y suspiró con exasperación, mientras que el muchacho se detenía en seco frente al gran umbral, sin atreverse a entrar sin permiso de su tutor, este incluso se disponía a preguntarle qué había ocasionado su tardanza, pero al acercarse un poco y descubrir que la sonrosada mejilla del joven aún mantenía la marca vektorica de la almohada, la respuesta se hizo muy obvia. 

— ¡Sancriel! — Espetó su apellido con furia. 

Con solo ese llamado de atención, el cabello de Valiester se erizó. 

— Lo puedo explicar, juro que se lo puedo explicar…

Sabiéndose de memoria el número teatral que su joven asistente estaba a punto de montar, Eadlyn simplemente puso los ojos en blanco. 

— Ya… ponte a trabajar —ordenó sin más, deseando saltarse toda la pantomima. 

— ¡Muchas gracias! ¡Juro que no volverá a suceder! — Exclamó el más joven al tiempo que el alma le volvía al cuerpo. 

Toda la isla de Sefalis, pertenecía al instituto de formación primaria y superior Krusias, donde los niños ingresaban con cinco años, para irse al cumplir los veinte, tras recibir la educación más cara de todo el país. Valiester ya había concluido sus estudios hacía más de un año, no obstante, hace mucho tiempo se había resignado a que jamás saldría de la isla, es más, su hermana mayor, quien concluyó sus estudios con notas sobresalientes, se trataba de un gran prodigio listo para ser un miembro activo de la sociedad, más allí seguía retenida, donde ambos pasarían el resto de sus vidas hasta marchitarse en las tinieblas; por esta razón, Valiester cumplía la función de asistente para varios eruditos, dando clases a los más jóvenes, de modo que tempranamente aprendiera la vocación que no tendría otra opción más que desempeñar en el futuro. 

El académico responsable de impartir clases sobre retórica, solo dijo unas cuantas palabras para dar inicio a la misma, y luego se sentó, dejando a Valiester continuar con la lección. 

El muchacho desempeñó magistralmente su tarea de profesor, puesto que a diferencia de los viejos amargados que no soportaban a la juventud inquieta, Valiester rebosaba tanto de paciencia como amabilidad, además de que no le resultaba difícil hacerse entender con palabras, y no dudaría en explicar mil veces lo mismo, sin enojarse; tampoco le agradaban los castigos físicos, siendo que él mismo había recibido más de los que podía recordar; con todo esto, no es de extrañar que los alumnos lo prefirieran antes que a cualquier otro maestro.

Siendo Valiester el de carácter más indulgente y compasivo, si no es que el único, pocos eran los que se atrevían a faltarle el respeto, temiendo que adquiera un comportamiento más hostil, similar al del resto, por lo cual, tampoco le dificultaron demasiado las cosas. 

Primero pasó una hora, luego dos, tanto el cansancio como el aburrimiento comenzaban a notarse en los rostros de los muchachos, el mismo Valiester se sentía fatigado de tanto hablar, por lo cual decidió darles un descanso para que fueran a tomar un respiro. 

En cuanto el último niño abandonó el gran salón, Valiester se acercó al anciano que se mantenía leyendo un viejo ensayo sobre composición poética, y lo invitó a acompañarlo a dar una vuelta por el vasto jardín. 

Mientras caminaban tranquilamente alrededor del blanco rosedal, intercambiando opiniones referentes a un libro, y vigilando de vez en cuando a los alumnos,  Eadlyn terminó haciendo la pregunta que tanto atormentaba su joven aprendiz. 

— ¿Ya decidiste en que te vas a especializar? — Inquirió rozando con su mano una de las flores al avanzar. 

Valiester suspiró, meditando una forma adecuada de formular una respuesta que no ofenda ni decepcione al viejo.

— No estoy seguro, —musitó— no es que alguna especialidad me llame particularmente la atención, por el contrario, me gustan todas.

— Lo entiendo, cuando uno es joven, cree que debe saberlo todo lo antes posible, pero a medida que creces, te das cuenta que nunca eres lo suficientemente viejo para seguir aprendiendo. 

El aprendiz se sentó en el húmedo pasto sin preocuparse por cómo este afectaría sus ropas, y miró al cielo con aire cándido, envidiando a las aves dueñas de su propio destino que podían simplemente extender sus alas e ir a donde quisieran. 

— ¿Y si no quiero pasar toda mi vida estudiando? —se aventuró a preguntar. 

El anciano detuvo su marcha en seco al oírlo, y volteó, solo para descubrir que lo había dejado atrás por varios pasos. 

— Explícate. 

La mirada de Valiester se desvió hacia el horizonte, donde una perfecta línea recta diferenciaba el vasto océano azul del cielo; para cruzar en barco desde el imperio de Ildrias, a la isla Sefalis, era necesario un més de viaje, y eso solo si el clima fuese favorable, salvo por las embarcaciones que venían cada cierto tiempo a proveer mercadería del continente, o cuando a principio de año llegaban nuevos alumnos, era difícil ver caras nuevas, y para alguien que llevase veintidós años viviendo allí sin abandonar jamás la isla, claramente sus ansias de conocer el mundo desbordarían en cualquier momento; su curiosidad era tan voraz, que ya pocos libros eran capaces de saciarla, tanto los conocimientos teóricos como empíricos dejaban de interesarle, y no veía en ellos más que un simple dato sin color, lo que ansiaba eran experiencias, pero se veía separado de ellas por ese inmenso océano que cubría el mundo.  

— Cree usted que, en un futuro, tal vez yo podría… —guardó silencio, temeroso de sus propias palabras. — ¿Dejar Sefalis? Es decir, recientemente, en el mercado, llegó un barco que traía traducciones de libros extranjeros, he aprendido mucho de un interesante filósofo de otro continente, su nombre es Al-Akram, también supe que se han descubierto nuevas civilizaciones en una tierra que se creía deshabitada; el mundo es tan grande, que en cada parte de él existen personas con visiones tan distintas entre sí… Me gustaría hacer un viaje, y recopilar las doctrinas de diferentes pensadores alrededor del mundo, para comparar sus diferencias y similitudes, tal vez… 

— Valiester, ya tienes veintidós años,—lo interrumpió con sequedad—  no es malo tener sueños tan fantasiosos de niño, pero a tu edad ¿No es ya tiempo de poner los pies sobre la tierra?

Esas palabras fueron un tanto más duras de lo que esperaría, el viejo profesor de retórica, era su principal mentor, y quien prácticamente lo crió a él y a su hermana desde que llegaron a la isla, Valiester lo consideraba como su padre, y nunca se atrevería a compartir sus sueños y esperanzas sobre un futuro en el mundo exterior, si no se tratase de alguien de suma confianza y familiaridad; que una persona de su círculo más íntimo, desestime sus sueños de forma tan cruel, lo dejó increíblemente desanimado. 

— Por supuesto que solo era una idea, realmente no pensé demasiado en ello. —dijo intentando disimular la amargura en su voz. 

— Creo que es hora de terminar el recreo, los chicos deben volver a clases.  —dijo Eadlyn, dando por terminado el tema y dejándolo en el olvido. 

La segunda mitad de la clase fue totalmente diferente de la primera, por mucho esfuerzo que Valiester pusiera en mantenerse alegre y concentrado, se le notaba visiblemente decaído, al punto que incluso los alumnos temían hacerle preguntas por miedo a una reprimenda. 

Al finalizar el día, Valiester no poseía demasiadas ganas de hablar con nadie, por lo que simplemente decidió descender hacía la playa, y mientras que paseaba en soledad por la costa, tarareando una melancólica canción sin letra, observando tranquilamente como el azul nocturno y el anaranjado ocaso se disputaban el cielo,  su hermana se acercó sentándose en la arena, e invitándolo a que la acompañe. 

— ¿Eadlyn te mandó?— Inquirió sin tapujos, al tiempo que se sentaba junto a ella de mala gana. 

— No, ¿Pelearon? No lo he visto desde hoy en la mañana. 

Valiester se encogió de hombros, y sus ojos se posaron en los de su hermana. 

— Yo no diría que fue una pelea, —suspiró—  pero de todas formas me siento regañado. 

— Te estaba buscando, porque hay algo que quiero mostrarte, no se a quien más pedirle consejo. — Confesó Saimale, al tiempo que su cabeza caía sobre el hombro de su hermano pequeño. 

— Yo también quiero pedirte un consejo — Respondió este. 

—  Tu primero —espetó ella encogiéndose de hombros.  

Valiester tomó una larga bocanada de aire, y con una diminuta rama comenzó a garabatear sobre la arena húmeda, hasta que sucias líneas formaron una especie de flor. 

— Cuando te graduaste y elegiste una especialidad, ¿Que te hizo decidir la herbolaria? — Inquirió denotando cierto nerviosismo, como si apoyara en esa pregunta diminutos fragmentos de esperanza que ni él sabía que poseía, esperando que su hermana mayor dijera algo que pudiese convencerlo, o en todo caso, hacerle darse cuenta, que podría tener un futuro allí. 

Para Saimale, no importaba que la persona sentada a su lado le sacara dos cabezas de alto, ni que el resto de ancianos lo traten como un igual; ella no era capaz de vislumbrar otra cosa más que un niño pequeño e indefenso, al cual debía cuidar a toda costa; quizá, con el paso del tiempo había adquirido algunas actitudes maternales con respecto a este niño, por ejemplo, el hecho de que su rostro representaba para ella un libro abierto en el cual las emociones eran completamente legibles, por lo que solo le bastó una mirada para comprender la confusión por la que pasaba, y sentía tristeza al no poder ayudarlo. 

— Simplemente fue por descarte; —explicó con una mezcla de dulzura y amargor —odio filosofía, retórica, también odio aritmética, la herbolaria es simplemente lo que odio un poco menos que el resto, por el simple hecho de que es lo más sencillo de estudiar, así que puedo dedicarle más tiempo a cosas que realmente me interesen. 

Ciertamente, no había mentira en sus palabras, pero tampoco estaba contando la verdad completa, solo que su hermano pequeño era demasiado ingenuo para ensuciar su inocencia con viejos asuntos. 

— Oh… comprendo. 

Esas palabras fueron prácticamente sopladas con disgusto, y Valiester se cruzó de brazos, para permanecer totalmente callado observando al océano. Pensando en  que no había salida, su hermana, al igual que él, era otro pájaro enjaulado, el cual solo podía darle consejos para sentirse un poco menos miserable sin dejar jamás la jaula. 

— ¡Hey, no te deprimas! —exclamó Saimale dandole un suave golpe en el brazo, intentando animarlo, — En un año haré el examen de maestría, y abriré una cátedra de esgrima y combate, tu puedes hacer lo mismo, estudia una especialidad sencilla, y tras realizar el examen de maestría abre una cátedra de lo que desees. 

— Me temo que soy un fiasco con la espada, con cualquier arma, de hecho, no podría serte de utilidad.  

No hacía falta ser un genio, para notar por sus palabras, que Valiester ni siquiera se había molestado en escucharla. Saimale suspiró con amargura, el cielo se había tornado completamente azul, las estrellas se reflejaban en el océano,  y el aire comenzaba a enfriarse, por lo cual pudo ver el vaho de su suspiro, pareciendo recordar algo de forma repentina, con su mano blancuzca rozó la carta que llevaba en el bolsillo, como si deseara asegurarse de que seguía allí, temiendo perderla. 

— Creo que ya es mi turno para pedir un consejo. 

Las palabras le supieron mal al pronunciarlas, no se sentía bien buscando consejo en Valiester, cuando ella no fue capaz de hacer lo mismo por él. 

— Te escucho. —respondió este, frotando sus manos para así no sentir frío. 

Sin más demoras, Saimale extrajo la carta de su bolsillo, y la extendió hacia su hermano, para que este pudiese leerla. 

Valiester la abrió, se trataba de cuatro simples líneas, escritas con tinta obsidiana. 

“Su majestad, el emperador Mieres III, solicita con urgencia la presencia de su prima, la duquesa Saimale Eliria Sancriel, en el palacio Solmieres, este asunto debe ser tratado con la mayor urgencia y secreto que sea posible.“

Desconfiando de las palabras leídas, la vista de Valiester decayó, para encontrar en la parte baja del papel la firma del cónsul vitalicio, seguido de un “Larga vida al emperador” y por último, el sello oficial que demostraba la autenticidad de la carta. 

La releyó varias veces, sin ser capaz de creerlo, buscando constantemente algún detalle que haya pasado por alto o alguna marca de agua en el papel, pero la carta era totalmente verídica. Sin aviso alguno, y tras sentirse bien todo el día, de pronto se formó un nudo en su estómago, el cual le causó fuertes náuseas, a la vez que comenzó a sudar a pesar del frío, de no ser por el hecho de que había salido de casa a las apuradas, olvidando desayunar, por lo cual su estómago estaba completamente vacío, probablemente ya estaría vomitando. 

— ¿Te encuentras bien? —Inquirió Saimale con las cejas alzadas y la boca entreabierta por la preocupación, a la vez que su mano se dirigía inconscientemente a la frente de Valiester, para tomar su temperatura. 

— Si… — Valiester le devolvió la carta, y con cierto asco se secó el sudor, para luego inhalar el helado aire salado, sintiendo que este lo desintoxicaba por dentro. —Deberías acatar las órdenes del emperador. 

Saimale se quedó helada, solo la brisa que hizo bailar sus largos cabellos rubios daban indicios de que era humana, ya que la rigidez de su cuerpo la haría pasar completamente por una estatua. 

— No es como si pudieras desobedecer al emperador —explicó Valiester con obviedad, al tiempo que encogía de hombros y sonreía. — Además, ¿No es una oportunidad para poder largarte de aquí? Yo la tomaría. 

— Es que quiero tomarla, —confesó Sai. —Lo que no quiero es dejarte, ni a tí ni al viejo. 

— ¡Que no se entere que lo llamas así, o le va agarrar un ataque! —espetó intentando sonar serio, pero con una pequeña sonrisa asomando por la comisura de sus labios. —Si tu puedes dejar la isla, eventualmente yo también podré, y siendo dos afuera, podremos ejercer presión y hacer que el viejo se jubile de una vez para traerlo con nosotros. 

Saimale sonrió, Valiester le tomó de las manos. 

— Hazlo, —concluyó— ¿O realmente deseas hacer un examen de maestría y quedarte aquí encerrada como una instructora de esgrima y combate por el resto de tu vida?

La muchacha negó con la cabeza, y abrazó a su hermano menor con todas sus fuerzas, como si quisiera absorberlo dentro de su cuerpo, volviéndolo parte de ella para nunca tener que dejarlo. 

— Gracias — musitó con el rostro escondido en su cuello. 

Valiester no dijo nada, y correspondió a su abrazo, sólo dos días después, ella partió hacia Ildrias. 

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