Día siguiente

Era de mañana y estaba sola en la habitación, quise levantarme, pero el suero no me lo permitía, me sentía muy incómoda y me lastimaba el brazo. Grité el nombre de Aarón y él apareció enseguida.

—Isabel ¿estás bien? —preguntó Aarón.

—No me dejes sola —dije con mis ojos llorosos.

—¿Qué ocurre? —limpió mis lágrimas con las yemas de sus dedos.

—Me siento muy incómoda con este suero en mi brazo, no puedo moverme, y no quiero seguir acostada, quiero salir —intenté salir de la cama, pero él me detuvo.

—No es buena idea, si te esfuerzas, será peor.

—Entonces, ¿qué pretendes que haga en todo el día?

—Ya que insistes, intenta levantarte.

—Eso fue más fácil de lo que esperaba.

Intenté levantarme y caminar por mi cuenta, pero perdí el equilibrio y Aarón me sostuvo con un brazo.

—Odio decirlo, pero tienes razón, no puedo sostenerme de pie —me quedé abrazada a él.

—¿Me dejarás cuidarte?

—Solo porque no tengo alternativa.

Se rio y me volvió a colocar sobre la cama. Al acomodar mi cabeza sobre la al
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