Felicia, aterrada, lloraba sin consuelo.
Gael se acercó a Ximena, disfrutando de su angustia:
—Dime, ¿es o no es mi hija? Si admites que sí, les diré que se detengan. Si no lo es, lo que le suceda...
Dejó la frase en el aire, disfrutando del tormento: —...no será mi problema.
—Te juro, Gael Torres,