Al ver la sangre de Felicia, Ximena sintió que perdía la razón.
—¡Felicia, Felicia!
—¡Suéltenme, malditos!
Nadie la soltó, estaban esperando una orden de Rocío.
Rocío, aunque sorprendida por el accidente, levantó a Felicia y examinó la herida: —Sólo es un rasguño, no es para tanto. ¿Por qué armas ta