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Matrimonio por beneficio
Matrimonio por beneficio
Por: Isabella
Capítulo 1. Determinación.

Capítulo 1.

Determinación

En la habitación al final del extenso corredor de la Hacienda Montenegro, Valentina se arregla para lo que será su gran día. Ella se está mirando al espejo cuando de repente un reflejo extraño aparece en su visión, animándola a voltear para ver a quien será su futuro esposo.

—¿No le han dicho que ver a la novia antes del matrimonio trae mala suerte, joven? —Ricardo la mira unos segundos, intercambiando mirada con Valentina, quien lo sigue hasta verlo sentarse en el sofá.

—Eso solo sucede en los matrimonios reales, no te preocupes, quizás debas asegurarte de que no pase en tu próxima boda.

Valentina lo mira en silencio, imaginando a qué ha venido.

—¿Me dirá a qué ha vendido?

—Vine a hablar con mi futura esposa.

—¿No piensa huir? Pensé que eso haría; estuve pensando que saldría de aquí y caminaría al altar; todos afuera estarían murmurando que se había ido y me dejó plantada.

Ricardo sonríe, dulce y amargamente atractivo, tan guapo, dejando ver esos impecables dientes blancos.

—Eso suena tentador, pero no estoy interesado en huir; tu comentario me hace entender que mi abuelo te explicó la situación.

—Lo hizo —responde ella indiferente.

—Perfecto, eso me ahorra el discurso; solo viene a dejarte unos puntos claros antes de que toda esta farsa comience. —Ella asiente con la cabeza y toma asiento frente a él.

—Lo escucho —dice ella muy serena.

—Escucha, Valentina Casanova, quiero que sepas y entiendas antes de tomar la decisión de salir allá afuera y firmar ese contrato, que lo único que puedo ofrecerte de esta alianza es el título de esposa. A partir de ahora, tú solo seguirás tu papel y no interferirás en mis asuntos. En cuanto se cumpla el plazo, nos divorciaremos y será como si nada de esto hubiera pasado. No esperes mucho más de mí, porque esto es lo único que puedo ofrecerte; no estoy interesado en involucrarme románticamente contigo.

Aquellas palabras firmes y duras retumban en la mente de Valentina, su corazón sintiendo una presión en su pecho ante el imponente hombre que se convertirá en su esposo, el prestigioso heredero Ricardo Montenegro.

Un reconocimiento que para ella es una gran fortuna según los comentarios de la gente del pueblo, convirtiéndose en la envidia de muchas de las damas pueblerinas de Yucatán en México, ante lo que representa ser la esposa de uno de los Montenegro, la familia más poderosa de Yucatán, sin saber las verdaderas razones detrás de esta apresurada unión.

—Lo entiendo perfectamente; de hecho, ya conversé los términos con su abuelo. No se preocupe, no estoy interesada sentimentalmente en usted, ni busco aprobación de ningún tipo; si me caso con usted hoy es por gratitud con su abuelo, nada más. Pierda cuidado, sé cuál es mi lugar.

Sus palabras sorprenden a Ricardo, un hombre acostumbrado a ser el centro de atención, pero lo toma con indiferencia.

—Perfecto, aclarado todo este asunto, te espero en el altar…

Ricardo se levanta dejando sola a Valentina, quien no puede moverse de su lugar. Este encuentro la ha dejado con un mal sabor; si solo el abuelo Pablo no estuviera de promedio, ella ya hubiera renunciado a esta loca idea.

—Valentina, querida, ya todos esperan por ti. El joven Ricardo ya está en el altar. ¿Estás lista, mi niña?

—Lo estoy, Paloma, vamos.

*

Mientras Valentina camina hacia el altar, sus pensamientos la llevan a hace diez años atrás. Vicente, el padre de Valentina, quien trabajaba como capataz en la hacienda Montenegro, se vio en apuros en un deslizamiento de tierra en medio de una obra en las afueras de la hacienda, donde el señor Pablo Montero, el monarca de la familia, se vio atrapado entre el descenso. Para salvar a su patrón, Vicente arriesgó su vida, exponiéndose ante él, lo que lo llevó a ser sepultado por enormes rocas. Ante este gesto de humanidad, Pablo juró proteger a Valentina y hacerla una mujer de bien, lo que convirtió a Valentina y a su madre en una de las protegidas de la gran familia. A pesar de sus presentes herederos, nadie se atrevía a interponerse en las decisiones del monarca y eso se ha hecho respetar hasta ahora en esta unión.

Valentina ve a su alrededor: amigos, familia y conocidos de los Montenegro ocupan las sillas en el jardín; son pocos los allegados de Valentina, muchas personas que no esperaban que esto fuera posible y mucho menos ella. Hace apenas ayer, su reencuentro con Ricardo había causado expectativas en ella; recordar todo lo que pasó hasta ahora es un recuerdo amargo que la llena de incomodidad, mientras dirige sus pasos sobre la larga alfombra roja del brazo de Pablo.

*

Flashback, horas antes.

Horas de vuelo.

La familia Montenegro está de vuelta; todo el pueblo estalla en murmullos. Valentina, quien estaba en el campo, va a gran velocidad en su caballo para recibir a Pablo.

En el momento en el que los autos se estacionan, Pablo la ve venir galopando; su presencia es notada por todos, es la belleza de Yucatán, todo el que la ve pasar la admira; incluso para Ricardo no es indiferente la atención que recibe.

—¿Esa es la rancherita? —Las palabras de Paulina se quedan en el aire ante la presencia de Valentina.

—Oooh… —dice deteniendo su caballo—. ¡Abuelo! —Valentina baja de su caballo de un salto y se incorpora rápidamente, quitándose su sombrero en señal de respeto.

Al hacerlo, todos notan su belleza; es una mujer de tez clara, de 1.85 cm de alto, de hermosos ojos verdes con grandes pestañas, labios gruesos y nariz respingada, de cabello negro como el azabache que le llega a las caderas, con un cuerpazo de diosa que sin duda captura la atención completa de la familia. ¿Dónde está la niña mugrosa que jugaba con el fango?

—Bienvenido, abuelo. —Valentina le da un beso en la mano a Pablo, quien le acaricia la mejilla.

—Mi pequeña, presentarte a mi familia, aunque ya se conocían; quizás no lo recuerdas, mi hijo, Darío.

—Valentina, qué rápido pasa el tiempo, ¿20 años tienes ya?

—Así es, patrón, bienvenido.

—Muchas gracias, ¿recuerdas a mi esposa Rocío?

—Sí, la recuerdo, bienvenida, señora Palma. —Rocío la salió con indiferencia, pese a que ella también es una mujer salida del campo; olvidó por completo sus raíces, dejando la mano de Valentina extendida.

—Ella es la pequeña Paulina que se fue con solo 1 año de edad. —dice Darío, atrayendo a Paulina, quien la rechaza de golpe.

—No, qué asco, huele a estiércol y está sudada, no quiero tocarla, papá, que se aparte la rancherita.

Su comentario incomoda un poco a Valentina, quien se aparta.

—Lo lamento, señorita, no sabía que vendrían; estaba en el campo revisando la cosecha.

—No te disculpes, hija, Paulina no tiene educación; la ciudad le comió el cerebro.

—¡Abuelo! —exclama Paula furiosa.

—Valentina, querida, ¿te acuerdas de Ricardo?

Ella ya lo había notado de reojo, sus miradas por fin se encuentran y es como si los recuerdos volvieran a la mente de Valentina, viaja al pasado dónde ella solía seguirlo sucia y con ropa desaliñada a todas partes, ella solía esconderse para verlo jugar con el resto de los pueblerinos, en aquel entonces Ricardo tenia 15 años, y era un joven admirado por todos, en especial por ella quien lo veía como si él fuera un ángel caído del cielo, y verlo ahora es un shock para ella, él ha cambiado, ahora frente a ella está un hombre de 25 años, muy atractivo, de ojos azules como el cielo, tez clara, cabello castaño oscuro, de buen físico, con una estatura de 1.90 cm de alto, que irradia elegancia y un olor a perfume costoso imposible de ignorar.

—Bienvenido, joven. —Ella no se acerca, apoya su sombrero en su pecho, inclinando la cabeza ligeramente para él.

—Gracias. ¿Me indican cuál será mi habitación? Necesito descansar.

—Valentina, por favor, guía a Ricardo a la habitación principal del lado norte.

—Sí, señor. Sígame, por favor.

Ella le señala el camino y él la sigue en silencio; ninguno de los dos menciona palabra hasta llegar a la habitación.

—Adelante, joven, ¡bienvenido! ¿Necesita algo más?

—No, puedes retirarte.

Ella, sin decir nada más, sale de la habitación, dejando a Ricardo muy tenso.

Valentina sin dudarlo regresa al salón, donde ve a Pablo, quien ya la esperaba.

—Valentina, querida, vamos a mi despacho —dice el hombre poniéndose en pie con ayuda de su bastón, ignorando la presencia de su hijo y su nuera.

—Lo sigo, abuelo. —Responde con timidez, ayudando al hombre a cruzar la puerta del estudio.

Al estar solos, lejos del caos que han dejado afuera, Pablo se dispone a hacerle una petición.

—Valentina, hace años dijiste que harías lo que fuera por hacerme feliz.

—Lo haría, abuelo; lo que me pida usted, para mí es un gusto poder hacerlo feliz.

—Siéntate, querida, ven junto a mí… —Señala el hombre el asiento vacío a su lado, que Valentina ocupa rápidamente—. Valentina, he ido al doctor, como te había informado.

—¿Qué le dijeron? ¿Abuelo está bien?

—Me temo que no, querida, mi situación de salud no es de gravedad, pero sí es delicada; debo cuidarme bien y tener mucho descanso, reposo.

—Abuelo, yo cuidaré de usted, no se preocupe por nada, yo me haré cargo de todo.

—En eso he estado pensando, Valentina, en que este lugar es muy grande, son muchas responsabilidades para ti… —Toma su mejilla y ella la acaricia.

—Lo haré, abuelo, le prometo que no voy a defraudarlo.

—Escucha, Valentina, he traído a mi nieto Ricardo para que se haga cargo de mis deberes en la hacienda. Valentina, hija, yo quiero que tú te cases con Ricardo y que juntos velen por el patrimonio de la familia Montenegro.

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