La lluvia arremetía con fuerza aquella mañana, mientras Hayley y Evan se preparaban para salir de casa. Tenían planes emocionantes para el día, pero el clima adverso les obligó a refugiarse en su hogar y disfrutar de la compañía mutua. Decidieron preparar el desayuno juntos, pero un repentino mareo se apoderó de Hayley, lo que llevó a Evan a terminar la comida mientras ella tomaba asiento, obligada a observar en silencio.
No sabía por qué de pronto se sentía así, sin fuerzas y como si todo le diera vueltas.
—¿Estás segura de que te encuentras bien? —lo escuchó preguntar por tercera vez, su voz impregnada de preocupación. Ella asintió, tratando de reprimir las náuseas que la atormentaban.
—Sí, solo es un leve malestar, pero ya se me pasará —respondió, esforzándose por tranquilizarlo. Sin embargo, llevaba varios días lidiando con esos extraños síntomas, sin entender su origen.
—No estoy seguro de que se te pase tan pronto. Te ves más pálida que ayer —señaló Evan, dejando ver su inquietu