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Kane se aclara la garganta.

— Tengo que entrenar a algunos de los nuevos cachorros hoy. No me apetece nada.

Me río suavemente. Kane no disfruta entrenando a los nuevos cachorros, odia la actitud arrogante de los lobos recién transformados. Debería saberlo, yo fui uno de ellos.

— ¿Tienes idea de qué vas a hacer hoy ? —me pregunta Kane.

Me tenso.

— Honestamente, no lo sé. Cole habló sobre preparar el nuevo edificio para los visitantes, así que probablemente me espera mucho trabajo.

La mesa cae en un silencio incómodo, y sé que están buscando qué decir para hacer que mi tarea parezca menos intimidante. Pero saben que no hay palabras que puedan mejorarlo. Cole siempre me sobrecarga de trabajo, aun sabiendo que no tengo la resistencia ni la fuerza de un lobo por esas malditas esposas de plata.

— Está bien. Lo voy a manejar. No hay mucho que pueda hacer. Solo espero que me dé una lista y me deje en paz.

— Si necesitas ayuda, llámanos, ¿de acuerdo ? —dice Kane.

Asiento.

— Siempre.

Vuelvo a mi desayuno, con una bola de ansiedad flotando en mi estómago ante la tortura que me espera hoy.

Después de recoger la mesa y despedirme de Kane y Geneviève, agarro mi teléfono y una botella de agua, y salgo.

El sol acaricia mi piel en cuanto salgo de la casa. Es una pena que no pueda pasar el día afuera. Si tan solo pudiera… Me encantaría tener una vida diferente, pero esta es mi realidad ahora.

Deslizo mi teléfono en el bolsillo trasero de mis jeans grises desgastados, ajusto mi camiseta sin mangas negra y empiezo a caminar.

Delante de mí, a la derecha, la mansión del Alfa se alza a lo lejos. Kane, Geneviève y yo vivimos en nuestra propia casa, pero Cole nos asignó la que está más alejada de los otros edificios de la manada. Solo para hacer mis trayectos aún más difíciles. Nuestra casa está cerca de la entrada a las tierras de la manada, y justo después de esa entrada… fue donde mi vida, tal como la conocía, terminó. Cada día, cuando salgo de la casa, mi mirada se desvía hacia ese lugar, y tengo que obligarme a apartar los ojos.

Recojo mi cabello rojo ondulado en una coleta apretada, sabiendo que puede molestarme. Con un gran suspiro, reanudo mi camino hacia la mansión del Alfa, donde seguramente Cole ya me espera. Mis zapatillas crujen sobre la grava mientras me acerco a los terrenos de entrenamiento situados en el centro de las tierras de la manada. Veo a todos los guerreros de Red Moon entrenando y un dolor familiar me aprieta el corazón.

Debería estar allí. Ahí es donde debería pertenecer. No sirviendo de felpudo al Alfa.

Sacudo ligeramente la cabeza para apartar esos pensamientos y me concentro en mi destino. No puedo pensar en lo que podría haber sido. Mientras paso por el gran jardín entre la mansión del Alfa y el almacén, oigo a alguien llamar mi nombre.

Me giro hacia la voz y bajo la mirada enseguida. Cole y su Beta, Alarik, se acercan.

Alarik Esten es el segundo al mando de Red Moon. Es el mejor amigo de Cole y mató al antiguo Beta para ocupar su lugar. Es despiadado, aunque no lo parecería al verlo. Antes de que me prohibieran levantar la vista, me parecía guapo.

Con sus penetrantes ojos marrones, su cuerpo esculpido y su rostro angelical enmarcado por un cabello rubio sedoso, era sin duda una buena elección.

¿Ahora ? Es solo otro imbécil al que no soporto.

Con los ojos aún bajos, respondo :

— Beta Alarik.

— Ah, aquí estás. El Alfa te espera en el nuevo edificio. Vamos.

— Sí, Beta.

Respondo en tono mecánico, y veo los zapatos de Alarik acercarse. Me agarra bruscamente la barbilla y me obliga a levantar la cabeza. Aparto la mirada, ya que todavía no tengo permitido mirarlo.

— No vas a causar problemas hoy, ¿verdad ? —pregunta, apretándome la barbilla con tanta fuerza que el dolor irradia bajo sus dedos.

— No, Beta.

— Bien.

Me suelta, se da la vuelta y empieza a caminar.

Me froto la barbilla para aliviar el dolor, maldiciendo a Alarik en silencio mientras lo sigo.

Respira. Solo. Respira.

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