La caverna de mármol pálido, el Umbral del Santuario Interior, se mantenía en un silencio sepulcral, roto solo por el zumbido bajo y constante del cuerpo de Aiden, el Protocolo de Ancla Física estaba en vigor: Aiden temblaba, acunado por la firmeza de Ethan, cuyo pecho se había convertido en un soporte inmutable de Voluntad Pura, Lía, físicamente atada a Aiden, sentía el ruido blanco de la Agonía Nivel Cinco como una migraña sorda, su único indicio de la realidad.
Seth, el Escudo de Combate, vigilaba la única salida aparente, un arco de obsidiana negra que palpitaba con una luz residual, el camino al Altar, estaba agotado, pero la Confianza Táctica que Lía había depositado en él lo mantenía en posición, una lealtad calculada que superaba su ambición.
El aire en el Umbral era pesado, cargado con el olor a azufre y metal de la magia ritual, El Maestro los estaba observando, Tiber, su traidor de cabecera, conocía las debilidades exactas de la manada.
No fue un grito, ni un ataque físico,