Cap. 48: Mateo envía las coordenadas.
Amelia entró como un huracán a su despacho, cerró la puerta de un golpe y marcó el número de Lisandro con los dedos temblorosos. Apenas él contestó, ella estalló.
—¡TE DIJE QUE LOS MANTUVIERAS LEJOS DE MI HIJO, MALDITA SEA!
Lisandro parpadeó confundido, no entendía.
—¿Qué… qué pasa?
—¡SE LLEVARON A TEO! —gritó—. ¡Y A MARA! ¡A UNA NIÑA INOCENTE QUE ESTUDIABA CON ÉL! ¡NI SIQUIERA ERA SU PROBLEMA Y SE LA LLEVARON POR CULPA TUYA!
Lisandro quedó mudo unos segundos, el teléfono pegado al oído, respirando agitadamente.
—Amelia… yo no… —balbuceó.
—¡Tú respondes por los niños! —bramó ella, con la voz quebrada por la desesperación—. ¡Por los dos! ¡Esto es tu culpa! ¡Te lo advertí! ¡Te lo grité! ¡Y no hiciste nada!
Lisandro cerró los ojos, se pasó una mano por la cara, tragando saliva. Su voz salió áspera, llena de rabia e impotencia.
—Son esos tipos. Quieren dinero. Están presionando.
—¡Pues negocia, maldito! —le rugió Amelia, con el pecho subiendo y bajando acelerado—. ¡Haz algo bueno por una