Cap. 135: El último recuerdo.
Cap. 13: Tiene que estar vivo.
Lisandro despertó con un dolor sordo atravesándole la cabeza, como si alguien hubiera golpeado un yunque dentro de su cráneo.
El techo era de madera. Viejo. Bajo. Oscurecido por el humo de años. No era su habitación. No era ningún lugar que reconociera.
Intentó moverse y un gemido se le escapó sin permiso.
—Despacio… no se levante aún —dijo una voz femenina, serena.
Giró el rostro con dificultad. Una mujer mayor estaba junto a la cama, sosteniendo un cuenco con agua tibia. Tenía manos curtidas y ojos cansados, pero amables.
—¿Cómo se siente, señor?
Lisandro parpadeó varias veces.
—Confundido… —respondió con voz ronca—. Me duele la cabeza. ¿Qué pasó?
La mujer intercambió una mirada con alguien detrás de él.
—Mi esposo lo encontró en el bosque —explicó—. Está vivo de milagro.
Un hombre entró entonces a la cabaña. Alto, de barba canosa, con olor a tierra y leña húmeda. Se quitó el sombrero con respeto.
—Yo estaba recogiendo leña —dijo—. Escuché un disparo.