Los días siguientes se convirtieron en una especie de diario íntimo de cuidados y temores. A la mañana siguiente, tras una noche de insomnio interrumpido por espasmos de dolor en la región abdominal y un leve temblor en las manos, me di cuenta de lo frágil que era mi estado. Durante el desayuno, mientras Oliver y yo repasábamos la lista de síntomas en el monitor (la tensión arterial, la cuenta de pulsaciones y las fluctuaciones en mi visión) me aferré fuertemente a la idea de que cada pequeño dato era vital para nuestra seguridad. Oliver insistía en que no debía preocuparme demasiado, que todo se controlaría, pero en lo más profundo de mi ser, el miedo se asentaba como una sombra que se niega a disiparse. Recordé los días anteriores en el hospital, el diagnóstico y la promesa del doctor de que tendríamos “todo el apoyo necesario”. Hoy, ese apoyo se materializaba en el ambiente cotidiano de nuestro hogar, en el constante ir y venir de visitas médicas y en la forma en que mi esposo anh
semanas siguientes, la rutina se volvió un delicado equilibrio entre el monitoreo constante y los momentos de cariño.Las mañanas iniciaban con una revisión casi frustrante; medidor de presión, revisión del monitor, registro de síntomas. Oliver, que se había convertido en mi inquebrantable guardián, me ayudaba a documentar cada detalle. Yo, por mi parte, aprendí a reconocer los signos de alerta. Los dolores de cabeza, que antes solían ser vagos, se transformaron en mensajes inequívocos de alerta; la visión borrosa se volvió un objeto de estudio, y el entumecimiento en mis extremidades se registraba como un dato más en el cuaderno que llenábamos juntos.Una de esas mañanas, al mirar el registro de la noche anterior, noté que mi presión había alcanzado niveles que me llenaron de temor. Con Oliver a mi lado, decidimos que era momento de ajustar el protocolo. La enfermera nos visitó con mayor frecuencia e incluso nos recomendó algunos cambios en la alimentación y el descanso. “Menos cafe
Llegó, entonces, un día en que después de una revisión matutina y ante el incesante registro de la enfermera, el teléfono sonó con noticias de un control modificado.Oliver, con el ceño fruncido, pero la voz decidida, me indicó que el médico especialista quería vernos de inmediato debido a una fluctuación preocupante en mis cifras. La urgencia se palpaba en el ambiente familiar, y mientras el reloj marcaba el paso de cada minuto, mi corazón latía al compás de la inquietud.El traslado al centro médico se realizó de manera rápida y reorganizada. En el trayecto, sentí cómo mi cuerpo se rebelaba, con un persistente dolor de cabeza y una visión casi nublada que me hacía temblar. Oliver no soltó mi mano ni por un instante, y sus ojos se llenaron de una mezcla de preocupación y determinación. LLegamos al centro de atención materna, donde un equipo especializado ya nos esperaba para realizar una serie de pruebas más exhaustivas. Allí se comprobó que mi presión arterial había escalado en form
No suelo detenerme a pensar en cómo los meses se deslizan entre mis dedos, como arena fina que se escapa sin que nadie pueda retenerla, pero en esta etapa de mi vida, cada día se ha impregnado de un significado que trasciende la mera sucesión del tiempo. Recuerdo el instante en el que me enteré de la noticia que, entre la confusión y el asombro, cambiaría mi destino; estaba esperando un hijo... o mejor dicho, dos. Los primeros días se llenaron de emociones contradictorias. Por un lado, la euforia de saber que una parte de mí crecía y latía con fuerza en mi interior; por otro, una sombra de temor y culpa, pues en medio de este torbellino vital, la boda de Wen (la querida hermana menor del CEO) se había tenido que posponer.Ese día, mientras las campanas de la felicidad parecían resonar en otros lares, mi corazón se sentía aplastado por un peso inesperado. ¿Cómo podía ser que en el instante en el que mi vida pendía de un hilo, el mundo celebrara sin pausa la felicidad de alguien más?
Cuando desperté, la habitación estaba revelada con luces suaves y el murmullo de voces que expresaban alivio. Mi mente, aún enredada en la pereza del sueño, comenzó a atreverse a comprender la magnitud de lo ocurrido. A mi lado, un silencio lleno de expectación se hacía notar en cada respiración, cada latido. Lentamente, la realidad se impuso; había sobrevivido, y en ese mismo instante, algo maravilloso se encontraba a la espera. El primer contacto fue indescriptible. Sentí un calor reconfortante y la delicada piel de dos pequeños seres acariciando mis manos. Los ojos se me inundaron en un torrente de emoción al verlos; pequeños gemelos varones, cuyas miradas, aún cerradas por el sueño, parecían prometer un futuro lleno de posibilidades. Por primera vez desde que la vida me había puesto a prueba, encontré en el tenue resplandor de aquel cuarto el amor más puro e incondicional. No pude evitar derramar lágrimas de alivio y felicidad, sabiendo que cada sacrificio, cada momento de dolor
No sé en qué momento exacto se grabó esta imagen en mi memoria, pero cada vez que cierro los ojos, vuelvo a aquella tarde gris y lluviosa en la que, sentada de frente a Oliver, debíamos hablar de algo tan simple y tan crucial como los nombres de nuestros futuros gemelos. Recuerdo claramente el murmullo constante de la lluvia golpeando los cristales de la sala. La penumbra del atardecer se filtraba a través de las cortinas, esbozando sombras sobre las paredes, como si el mundo mismo estuviera en suspenso, esperando mi reflejo. Yo estaba allí, apoyada en mi sillón favorito, aquellas sutiles curvas en mi vientre recordándome la nueva vida que llevaba en mí. Pero en ese entonces, la emoción se mezclaba con una inquietud persistente: Oliver, mi esposo, había sido durante tanto tiempo el frío implacable, distante y siempre envuelto en su propio mundo. Antes de enterarme de mi embarazo, las palabras de Oliver eran tan precisas y medidas como sus decisiones en la oficina: breves, sin ador
Pov Agnes.—¿Qué es esto? —Susurré con temor de saber la respuesta mientras las lágrimas no dejaban de brotar de mis ojos y él me veía cómo si se sintiera asqueado mientras de pie tras de sí, estaba aquel chico al que había considerado mi mejor amigo; Royce Johnson, totalmente desnudo cubierto por nada más que las sábanas blanquecinas de aquel hotel. Había llegado allí a entregar los apuntes de la universidad, ya que Royce estuvo faltando a clases las ultimas semanas, quise ser una buena amiga y encontré la dirección del hotel en el que se hospedaba desde hace un tiempo.Sin embargo; nunca pude imaginar que me encontraría con una escena tan asquerosa. Desde un principio sabia que Royce no estaba interesado en las mujeres y tal vez, fue por eso por lo que nuestra amistad empezó en primer lugar, pero al ver esto no puedo evitar imaginarlo teniendo una pasional noche, gimiendo y jadeando debajo de Nathan, quien desde ese instante pasó a ser mi exnovio.El dolor en mi pecho se incrementa
Las posibilidades de quedar embarazada en tu primera vez no son limitadas, aun así, no dejo de pensar que esto se debe a mi mala suerte; mi mala suerte en el amor, mi mala suerte en la vida y mi pésima tolerancia al alcohol. Bueno, no creo que importe el motivo, en poco tiempo todo habrá vuelto a la normalidad y mis estudios serán lo único por lo que tenga que preocuparme.Cuando llegué a casa lo primero que hice fue recostarme en la cama. No tengo hambre, ni deseos de comer, aun menos de ducharme, no es que tenga importancia, ha sido así desde que vivo sola, si planeara tener este bebé comenzaría a cuidarme pero no hay manera de que pueda ser madre soltera. Tal vez si tuviera un padre. No, eso no importa ahora; recibí la confirmación del hospital, mañana a primera hora me desharé del problema. Al menos eso fue lo que planeé pero ahora, no sé si sea la decisión correcta. Pensé que solamente tendría que recostarme en la camilla y esperar a que se fuera pero no es así cómo me siento, q