Gina apareció por la puerta con calma, como si ese lugar ya no representara una zona de lucha en donde Mila siempre debia ganar. Llevaba puesto un suéter claro, sencillo, pero al ver a John se detuvo en la puerta. Camino directo hacia la mesa, para tomar asiento junto a su hermano, pero mientras se acercaba, pero sus ojos no dejaron de observarlo
—Dormiste en tu habitación, —dijo ella en voz baja— eso está bien.
John no respondió, pero si torció levemente los labios, no porque le desagradara la presencia de su hermana, sino porque no sabía como verla a la cara sin sentir vergüenza. Parecía estar más concentrado en no desmoronarse que en hablar.
—Aún pareces cansado —continuo, Gina, mientras la misma mujer que le había servido café a John se aproximó a ella para ofrecerle una taza— pero no te culpo. Yo tampoco pegué los ojos.
Se sentó frente a él y mientras la mujer le servía café, ninguno de los dos dijo nada. Entre ellos, la distancia se llenaba de cosas que no necesitan decirse. La m