Ya llevaba unas semanas trabajando allí. Extrañaba mi hogar y a mis amigos, pero me repetía a mí misma que era lo mejor, ya que estar escondida aquí los mantenía a salvo. Cada noche, Nick aparecía en el bar. Por fin me sentía más cómoda con él, el hecho de que ya no intentara coquetear conmigo también ayudaba. Había descubierto que trabajaba en un taller mecánico al final de la calle y que se había mudado a este lugar hacía unos años.

Ese pueblo parecía un refugio para las almas perdidas, cada persona que cruzaba la puerta del bar cargaba con una historia. La gente comenzó a abrirse conmigo desde mi primera noche trabajando y me parecía increíble lo que las personas podían llegar a vivir.

Me apoyé en la barra, junto a Nick, mientras él me contaba acerca de un hombre que siempre llegaba, pedía una cerveza y se sentaba en la esquina sin tocarla, tampoco decía una sola palabra. Ni siquiera tenía que ordenar; apenas Jessica lo veía, ya tenía la cerveza lista para él.

—Vino aquí hace un año