—Había una vez un niño pequeño, de unos diez años, que vivía en un pueblito, donde todos los habitantes eran como una gran familia. Vivían felices y en paz. Un día, estaban por celebrar el festival de la cosecha del pueblo, en el cuál, le agradecerían a los Dioses por su salud y abundancia. No eran ricos, pero estaban contentos con lo que los Dioses les daban.
Apagó la linterna... y de pronto, la encendió dramáticamente.
—¡Pero entonces! En medio de la celebración, el pequeño escuchó que los caballos hacían mucho ruido en el establo, así que fue a calmarlos. Sin embargo, los animales estaban muy alterados por algo, y no lograba tranquilizarlos, hasta que uno le dio una patada en la cabeza, dejándolo inconsciente.
Volteé a ver a Liam, confundida por la dirección que tomaba la historia. Dallas continuó.
—Cuando el niño despertó, escuchó varias voces extrañas viniendo del lugar donde se celebraba el festival. Así que se asomó sigilosamente por la puerta del establo, y lo que vio hizo que