El amanecer pintaba la ciudad con un gris apagado, como si el cielo compartiera la tensión que vibraba en el aire. Tras el incendio del edificio Foster, Cyrus había convocado a una reunión urgente en una de sus residencias privadas, una mansión apartada en las colinas.

Iba a ese lugar cada vez que quería despejarse y dejar atrás el estrés y bullicio de la ciudad.

Blair no debería estar allí. Lo sabía. Su lugar estaba entre mangueras y humo, no en salones alfombrados donde los secretos pesaban más que el oxígeno. Y sin embargo, estaba.

—Explícame otra vez por qué acepté venir contigo —murmuró, mientras subían por el camino adoquinado.

Cyrus, al volante de un auto negro y costoso, además de su preferido, no apartó la vista del camino.

—Porque eres demasiado terca para quedarte al margen. Y porque necesito a alguien que no me tema. —respondió con voz afilada esa que usa cuando cierra un trato importante.

Ella bufó, girando hacia la ventana.

—Yo no vine para protegerlo. Vine porque