#3:

Hiroshi apartó a un lado el bulto de expedientes, empujó su silla hacia atrás, y se acercó con aire decidido al amplio ventanal de su despacho. Su rostro tenía una expresión sombría; se metió las manos en los bolsillos del pantalón y se quedó mirando en la distancia.

Estaba enojado por el mísero esfuerzo de su gente y los resultados de la búsqueda. Parecía como si todo hubiera ido mal desde el momento en que se decidió en ir hacia adelante con sus planes y no sabía por qué no podía arreglarlo como arreglaba todo lo demás en su vida.

Hasta ese momento, las candidatas eran o completamente distintas a lo que él buscaba, o no le convencían.

Había recibido expedientes de mujeres de todo el país, con doctorados, carreras médicas e ingenieras, pero algo no le cuadraba. No sabía qué estaba buscando exactamente...Había pensado que las cosas le resultartarían más fáciles. Lo único que pedía era que la madre subrogada de su hijo fuera inteligente, con buena salud y sin antecedentes de abuso de drogas.

¿Acaso era demasiado pedir ese conjunto de requisitos para encontrar a la mujer que daría a dar a luz a su bebé?

En su interior, él estaba buscando otra cosa, pero no sabía exactamente qué.

Había aceptado, a regañadientes, al menos a diez mujeres como las finalistas, a falta de mejores opciones. Pero no avanzaba porque ninguna lo convencía, se echaba atrás incluso si su equipo médico le daba el visto bueno. Era un asunto muy serio; aquella mujer iba a pasar sus genes a su bebé, y no podía elegir a cualquiera.

Lástima que no había llegado a entender la magnitud de sus propios objetivos. Por primera vez en su vida, supo que no estaba preparado para enfrentarse a los riesgos e incertidumbres de una situación desconocida.

Se había dado cuenta de ello cinco semanas atrás, mientras consultaba las notas sobre sus planes y objetivos anuales (no los de su organización, sino los de su vida personal) Había estado tan absorto en expandir su poder y control sobre Asia, que no había reparado en que uno de sus objetivos personales había Sido pospuesto por más de dos años: tener un heredero.

Tenía ya sus treinta años, una excelente edad para reproducirse. Quería que su hijo estuviera en la universidad cuando él se acercara a los cincuenta, no cuando tuviera setenta.

Quería estar presente y activo en la educación de su hijo y, según unas investigaciones que había leído, se encontraba en la edad ideal para llevar aquello a cabo.

Su implacable determinación por expandir su Imperio criminal tendría que tomarse un descanso, puesto que planeaba pasar un año enfocado en obtener su heredero. Estaba molesto, pero no se sentía desesperado aún. No había funcionado con Mei pero de seguro alguna mujer sería suficientemente competente como para darle un hijo.

Tal vez por eso le estaba resultando tan difícil encontrar a la candidata adecuada, quizás estaba siendo demasiado perfeccionista. Era por naturaleza una persona a la que le gustaba que las cosas sucedieran rápido, y le desconcertaba saber que aquello era algo que podía fracasar estrepitosamente si se apresuraba.

Durante la última década, los Yamamoto habían transformado su negocio familiar en una bestia imparable que arrasaba con todo. El orgullo de su abuelo y su padre eran todo para él.

Los requisitos que deseaba en la mujer que fuera a dar a luz a su hijo, eran inteligencia, creatividad y fortaleza física. Tal vez hubiera otras variables que debía tener en cuenta para que la búsqueda fuera un éxito.

Ademas, esperaba sentir algo por la mujer en cuestión, algo único; algo especial. No sabía lo que era, pero no iba a detenerse.

Traer un bebé al mundo por medio de un vientre de alquiler iba a funcionar mucho mejor que tenerlo con una mujer con la que se casara. Aquello le otorgaba más control sobre la vida del niño, su crianza, educación, todo. Hiro Yamamoto estaba obsesionado con el control, y le venía de maravilla ser el único que tomaría decisiones sobre la vida del bebé.

Tocaron a su puerta y él suspiró, regresando a su escritorio.

— Adelante.

Necesitaba ordenar sus pensamientos. Se sentía abatido, un sentimiento al que no estaba acostumbrado. Las veinte mujeres que había entrevistado aquel día habían sido una pérdida de tiempo, y no tenía muchas esperanzas en la próxima candidata, fuera quien fuese.

Cuando la mujer se acercó y le saludó haciendo una reverencia, él no levantó la mirada, pero le hizo un gesto con la mano para que tomara asiento mientras repasaba su expediente.

Graduada de la Universidad de Tokyo . Ayudante de investigación en biotecnología. Impresionantes cualificaciones. Espectaculares resultados deportivos. Y entonces pasó a las últimas hojas que habían sido añadidas por su propio equipo: una comprobación de antecedentes a través del registro policial e investigadores privados. Había tenido una infancia desfavorable pero nunca había sido detenida, y no había tenido ninguna relación durante los últimos cuatro años.

Todo muy bien, pero el expediente no contaba con la fotografía de la candidata.

Frunció el ceño, levantó la vista, y un disparo de reconocimiento lo recorrió al observar el rostro con forma de corazón de la mujer que tenía enfrente, enmarcado con una melena de cabello oscuro y rizado que le llegaba a los hombros, tan poco pretencioso y adorable que hizo que se quedará mirándola pasmado.

— Esto es una broma,¿Verdad?

Ella sonrió de forma profesional y negó con la cabeza.

Hiroshi depositó el informe sobre la mesa y se fijo en aquellos enormes ojos color café que parecían succionar toda la vida de su cuerpo. Sabía perfectamente quién era ella. Aquellos grandes y redondos ojos, con gruesas pestañas enmarcados en un rostro inocente lo habían golpeado de lleno una noche en que la había encontrado rebuscando en la basura justo fuera de la casa de sus padres.

Habían pasado muchísimos años, pero aquella chica aún tenía la piel más brillante y delicada que él hubiera visto en sus días de vida. Su expediente reflejaba una estupenda salud y podría fácilmente ser una candidata más, pero se forzó a regresar a la realidad cuando notó que ella lo contemplaba con esa expresión de absoluta adoración, que siempre le había puesto los pelos de puntas.

Carraspeó y se sintió inquieto por su propia reacción ante aquella muñequita de mirada increíblemente hermosa.

— No.— sentenció, tomando el expediente de ella y entregándoselo.

— ¿Cómo que no?— protestó ella con indignación, poniéndose en pie.— no puede desestimarme así, Señor Yamamoto. Soy tan buena como cualquiera de las otras candidatas.

Él no estaba tan seguro, ninguna de las otras lo hacía jadear como perro sediento.

— He dicho que no, muñequita. No quiero problemas con mi hermana y eso precisamente es lo que o tendré si embarazo a su mejor amiga.

Ella liberó un gruñido y se cruzó de brazos.

—¡Odio que me llames así! No soy un juguete, Hiroshi. Y soy un ser humano completamente independiente a tu hermana. Deberías saber que ...

« Hiroshi». Su nombre salido de sus labios lo excitaba de una manera extraña y enfermiza.

Por supuesto, ella no había terminado con su diatriba, hablaba y gesticulaba como loca, y mientras ella lo hacía, él se fijó en su lenguaje corporal y en el tono de su voz, y en que no apartaba la mirada de él.

Le resultaba fascinante el hecho de que una chica, hija de padres criminales , que había crecido en la pobreza, se hubiera convertido en aquella sensacional mujer tan segura de sí misma. Demasiado quizás. Después de todo era una falta de respeto llamar al líder de la Yakuza por su nombre.

La mayoría de las solicitantes, aunque consumadas profesionales, habían evitado su mirada, se habían comportado nerviosamente, tartamudeado y balbuceado, pero no Aiko. Ella lo miraba directamente a los ojos mientras lo reprendía.

Era cautivadora.

— ¿Me estás escuchando?— protestó.

— Por supuesto.¿Cuáles son tus motivos para inscribirte en mi programa de subrogación?

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