Atrapada en un matrimonio sin amor, Hannah anhela la libertad que una vez soñó, Casada a una edad temprana para satisfacer a su poderoso padre, su existencia se ha convertido en una rutina monótona y se siente como un pájaro enjaulado. Un encuentro casual con Lucas, un médico carismático y libre de espíritu, desata en ella una pasión que creía perdida. Una noche de locura cambia su vida para siempre. Embarazada e indecisa, Hannah se enfrenta a un dilema: seguir en una jaula dorada o volar hacia un futuro incierto. ¿Podrá esta madre soltera encontrar la felicidad en medio del caos?
Leer más—¡Fabio, no puedo seguir así! Quiero un hijo, y necesito que consideres la inseminación artificial. No soy yo la que tiene el problema.
—¿Y qué te hace pensar que yo tengo que hacer algo? Eres tú la que no puede quedarse embarazada. ¡Eres la única culpable de esta situación!
—¡Eso no es cierto! Ni siquiera intentas entenderme. Posiblemente seas estéril y ahora me echas la culpa de todo.
—¡Yo estéril, no me hagas reír! ¿Qué quieres que haga? ¿Qué me haga cargo de tus caprichos?
—No son caprichos, son deseos. Estoy desesperada por ser madre, pero tú solo te preocupas por tu ego.
—¿Desesperada? ¿Y qué has hecho para cambiarlo? Solo hablas y hablas, pero no haces nada.
—¡Porque no tengo a nadie que me apoye! Solo quiero que me escuches y me entiendas. Vamos para hacerte la revisión médica, y contemplar la fertilidad artificial.
—Escuchar es lo último que quiero hacer. Eres una doctora, ¿por qué no puedes arreglar esto tú sola?
—No puedo hacerlo sola y no debería tener que hacerlo. Necesito un compañero, no un enemigo.
Fabio salió de la casa con una furia contenida, como un alma que lleva el diablo, dejando tras de sí un eco de palabras hirientes que resonaban en la mente de Hannah. La confusión y el dolor se entrelazaban en su pecho, como una serpiente que se muerde la cola, recordándole los cinco años de un calvario que parecía no tener fin. Cada día era una carga, una cruz que llevaba a cuestas, y, aunque su corazón clamaba por libertad, había un obstáculo formidable: su padre, el poderoso Elías Thompson. Él, con su egoísmo y machismo, había convertido el matrimonio de su hija en una prisión dorada, donde las apariencias eran más importantes que la felicidad. Elías veía el sufrimiento de Hannah como algo natural, un legado que había heredado de su propia madre, a quien había sometido a un tormento similar. En su mente, el divorcio era un escándalo que debía evitarse a toda costa y, así, Hannah se encontraba atrapada en un ciclo de dolor, deseando con desesperación romper las cadenas que la mantenían unida a un hombre que no la amaba y a un padre que no la entendía. ¿Podría encontrar la fuerza para luchar por su libertad o seguiría siendo una prisionera de su propia vida?
*****
Hannah empujó la puerta del bar y el sonido del bullicio y la música la envolvió como un abrazo cálido. La tenue luz iluminaba las caras sonrientes de los clientes, pero ella solo sentía un nudo en el estómago. Se sentó en la barra y pidió un gin tonic, mientras su mente divagaba entre los recuerdos de risas compartidas con Ruby y las sombras de las traiciones de Fabio. «¿Por qué siempre tiene que ser así?», murmuró para sí, mientras sentía cómo las lágrimas amenazaban con brotar. Justo en ese momento, su teléfono vibró. Era Ruby.
—¡Hannah! —exclamó su amiga al otro lado de la línea. —Lo siento, pero me retrasé. ¿Puedes esperar un poco más?
Hannah frunció el ceño, con la frustración burbujeando en su interior.
—No sé si podré, Ruby. Necesito hablar, y no sé si tengo fuerzas para hacerlo sola.
—Lo siento, de verdad. Pero, ¿por qué no te tomas algo y te relajas un poco? Te prometo que llegaré pronto.
—Está bien —respondió Hannah, tratando de ocultar su decepción. —Solo espero que no tarde mucho.
Colgó y miró su bebida, cuyo hielo tintineaba como un eco de su desasosiego. «Quizás un trago más me ayude a olvidar», pensó, mientras levantaba el vaso y brindaba con su reflejo en el espejo detrás de la barra. «Por ti, Fabio, y por el amor que se me escapa entre los dedos».
Hannah estaba sumida en sus pensamientos cuando, de repente, un hombre alto y apuesto se acercó a ella. Su piel morena brillaba bajo la tenue luz del bar y su sonrisa era tan cautivadora que hizo que Hannah se sintiera un poco más viva.
—¿Te importa si me uno a ti? —preguntó él, con un aire de picardía en su mirada. —No puedo dejar que una belleza como tú esté sola en un lugar así.
Hannah levantó la vista, intentando mantener su distancia emocional.
—No estoy buscando compañía, gracias —respondió, aunque su voz sonó menos firme de lo que esperaba.
—Vamos, solo un trago. Prometo que no soy un tipo raro, solo un amante de las buenas conversaciones —insistió, acercándose un poco más, y su tono juguetón desafiaba su resistencia.
Ella dudó, sintiendo una chispa de curiosidad.
—¿Y qué te hace pensar que tengo ganas de hablar contigo?
—Porque, a pesar de la tristeza que hay en tus ojos, hay una luz que me dice que tienes historias que contar. Y yo, por mi parte, tengo un par de chistes que podrían hacerte reír —dijo, guiñándole un ojo.
Hannah no pudo evitar sonreír ante su descaro.
—Está bien, un trago. Pero solo uno —accedió, sintiendo que tal vez un poco de diversión no le haría daño.
—Perfecto —dijo él, levantando la mano para llamar al camarero. —Un gin tonic para la dama y para mí, un whisky. Por cierto, soy Lucas. ¿Y tú?
—Hannah —respondió, sintiendo que la conversación comenzaba a despejar un poco la tormenta que tenía en su interior.
—Hannah... un nombre tan hermoso como su dueña. ¿Qué te trae a este bar? ¿Un corazón roto o simplemente la necesidad de un buen trago? —preguntó, con una sonrisa que prometía más que solo palabras.
—Ambas cosas, creo —admitió, sintiendo que la tensión comenzaba a desvanecerse.
—Entonces, brindemos por los corazones rotos y las nuevas amistades —propuso Lucas, levantando su vaso.
Hannah chocó su vaso con el de él, sintiendo que, tal vez, esa noche no sería tan solitaria después de todo.
Tiempo después, Hannah abrió los ojos lentamente y sintió el frío del suelo en la espalda. A su lado, Lucas estaba en vilo, con una expresión que mezclaba preocupación y confusión. Ella se incorporó con esfuerzo, sacudiendo su bata como si intentara deshacerse de una pelusa imaginaria que la rodeaba. Era un gesto nervioso que delataba su estado emocional.—¿Qué... qué pasó? —murmuró, intentando recuperar la compostura mientras su mirada se encontraba con la de Lucas. Él la observaba intensamente, como si cada segundo que pasaba aumentara la tensión entre ellos.—¿Por qué Gabriel te llama Camila? ¿Qué está pasando aquí? ¿Quién eres tú realmente? —Lucas fue directo: su voz era firme, pero temblorosa, como si cada palabra fuera un paso hacia un terreno inestable.Hannah sintió que su corazón latía con fuerza. Las preguntas la golpeaban como olas, y se sintió atrapada en un remolino de emociones.—Yo… soy Hannah —logró decir al fin, pero su voz sonó casi como un susurro. —Gabriel me prese
Fabio se encontraba tendido en la cama, con el cuerpo agotado y la mente envuelta en un torbellino de frustración y rabia. La habitación, decorada con los ecos de sus conquistas pasadas, parecía burlarse de él mientras maldecía en silencio. La imagen de Hannah, siempre un paso por delante, lo atormentaba. Su padre, un obstáculo formidable, la protegía como un león a su presa, y eso lo llenaba de coraje. Cada pensamiento que cruzaba su mente era un veneno que lo consumía: ¿cómo había llegado a ese punto? Se sentía atrapado en una red de sus propias decisiones, incapaz de liberarse de las corrientes de su impotencia. La desesperación lo envolvía y en su pecho ardía un fuego oscuro, un deseo de venganza que lo empujaba a actuar, aunque no supiera cómo. La lucha interna lo desgastaba y, cada segundo que pasaba en esa cama, era un recordatorio de su fracaso. ¿Podría alguna vez recuperar el control de su vida o estaba destinado a ser un prisionero de sus propios y horribles pensamientos?Gi
Lucas entró en su apartamento con el corazón pesado por la noticia que había recibido. Se dirigió a la señora de la limpieza, que estaba limpiando el salón.—Elena, por favor, prepare mi maleta. Tengo que viajar durante un buen tiempo. Me mudaré a Florida y quiero que mantenga todo en orden mientras estoy fuera.La señora de la limpieza asintió sin mostrar emoción alguna.—Sí, señor. Haré lo que usted dice.Mientras ella se dirigía a su habitación para preparar la maleta, el teléfono de Lucas comenzó a sonar. Era su padre, Samuel Smith.—Hola, papá. ¿Cómo estás?—Estoy bien, hijo. ¿Y tú?Lucas suspiró, sabiendo que no podía ocultar la verdad.—No tan bien. Me han despedido del hospital porque soy un mujeriego.Su padre soltó una carcajada, y Lucas pudo imaginar su sonrisa maliciosa al otro lado de la línea.—¡Ah, mi hijo! Siempre tan popular con las damas. Pero no te preocupes, todo saldrá bien.—No es algo divertido, papá. Me están enviando a Florida. No sé si podré adaptarme allí.—
Fabio, cegado por la intrepidez de recuperar a Hannah, confrontó a su suegro, Elías, en su oficina. La repentina hostilidad de Elías hacia su causa lo desconcertó por completo. A pesar de haber sido el artífice de su matrimonio, Elías se negaba rotundamente a apoyarlo. Con un tono desafiante, Fabio exigió una explicación, pero Elías se limitó a revelar que Hannah lo tenía bajo su control, sin entrar en más detalles. La soberbia de Elías al exigir el divorcio y acusar a Fabio de no amar a Hannah, solo sirvió para avivar la ira y la confusión del joven.—¡Elías! Necesito que me expliques por qué has cambiado tanto de la noche a la mañana. ¿Cómo puedes negarte a ayudarme a recuperar a Hannah? ¡Fuiste tú quien nos casó!—Las cosas cambian, Fabio. Hannah tiene las ideas claras ahora y yo la apoyo en su decisión —enfatizó Elías con autoritarismo.—¡Pero no me estás dando ninguna explicación! ¿Qué tiene Hannah sobre ti? ¿Por qué te comportas así?—No te incumbe. Lo único que debes saber es q
Hannah se acomodó en el sofá y sintió el suave peso de su bebé dormido en sus brazos. A pesar de la ligera molestia que aún sentía, la alegría de tener a su pequeño en casa la llenaba de felicidad. En ese momento, Ruby entró por la puerta con una sonrisa radiante.—¡Hannah! —exclamó Ruby, dejando caer su bolso en el suelo. —No vas a creer lo que me pasó hoy en el hospital. Conocí a un paciente que se enamoró de mí.Hannah soltó una risita, con los ojos brillantes de curiosidad.—¿En serio? ¿Y qué le dijiste? —preguntó, disfrutando de la chispa en la voz de su amiga.Ruby se dejó caer en el sillón, con una expresión de dramatismo.—Le dije que estaba flirteando con el amor de su vida, pero que no podía hacer nada porque tengo que concentrarme en mi carrera. ¡Pero no podía dejar de reírme!Hannah se rió a carcajadas, sintiendo que la conversación la llenaba de energía.—¡Eres imposible! Pero, ¿quién puede resistirse a ti? —dijo, mientras acariciaba la cabeza de su bebé. —Solo asegúrate
Los meses habían transcurrido rápidamente y el vientre de Hannah crecía desmesuradamente, anunciando la inminente llegada de su bebé, al que había decidido llamar Justin. La emoción la envolvía: un nuevo capítulo de su vida estaba a punto de comenzar, y con cada patada del pequeño, sentía que su corazón se llenaba de esperanza. Sin embargo, la sombra de su pasado la acechaba; no había tenido noticias de su padre ni de su esposo, quien se negaba obstinadamente a concederle el divorcio. A pesar de la incertidumbre, Hannah había encontrado refugio en Florida, lejos de las perturbaciones que la rodearon una vez. Junto a su amiga Ruby, que trabajaba como enfermera en el servicio de urgencias del hospital donde Hannah trabajaba como internista, había creado un espacio seguro para ella y su futuro hijo. Pero, en el fondo, Hannah sabía que la calma solo sería temporal. Las decisiones que había tomado la habían alejado de su vida anterior, pero también la habían dejado con un vacío que solo el
Último capítulo