Mi mano permaneció extendida en dirección a Anna, mientras intentaba procesar el duro y sorpresivo golpe de sus palabras, hasta que finalmente me rendí.
Isa, así que tu apellido era Bianchi, le dije a mi amiga en mi fuero interno, mirando a aquella fría mujer pelinegra frente a mí. Si, su personalidad sin corazón era igual a la del señor Riva. Es muy bonito, muy acorde a ti. Aunque... me hubiese gustado que tú me lo dijeras.
Pero ella ya no estaba allí. Y tampoco podía defenderme.
—Yo... yo no maté a Isa —le dije a la chica—. En verdad, no lo hice. Yo solo...
Anna arqueó una oscura ceja.
—¿Acaso me dirás que ella no te defendió de ese hombre al grado de morir por ti? ¿Me dirás que ese pervertido anciano no la mató a causa de ti?
Y todo lo que pensaba decirle para probar mi inocencia, quedó reducido a nada. Frente a Alan, solo pude mirarla en silencio, aceptando la culpa. Sintiéndome miserable.
—Ella no te conocía, cuidar de ti no era su responsabilidad y, aun así, murió