PRESENTAME

Abracé a Susan por segunda vez esa mañana, como si abrazarla impidiera todo lo que iba a ocurrir conmigo de allí en adelante.

—Te visitaré, sí el Señor lo permite.

Si eso era un consuelo, no me hizo sentir mejor. Esos eran mis últimos minutos en Odisea, los últimos instantes que pasaba bajo la protección del burdel.

—Te echaré de menos, Su —le dije hablando contra su hombro—. No quisiera irme. No quiero...

Ella me palmeó la espalda.

—¿Hay algo que pueda hacer por ti, Dulce? Cualquier cosa que necesites, lo que sea. Te ayudaré.

Sonreí un poco. ¿Yo? ¿Qué podría necesitar alguien como yo? No tenía nada, ni nadie, estaba sola. Mi única amiga había muerto, y mi vida ya ni siquiera era mía. En realidad, nunca había tenido una vida propia.

—Gracias, pero...

—Piénsalo bien. Debe haber algo.

Pero yo negué y me separé de ella sorbiendo por la nariz. No había nada que necesitara, porque ya no deseaba nada, me había resignado. Susan lo entendió y sin insistir, me llevó por los pasillos r
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