Yo lo observé, paralizada, y no precisamente de miedo. Y sin dejar de observarme, él se dirigió a mi chofer.
—Déjame a solas con la señorita.
El chico me miró, preocupado. Dándose cuenta de la tensión que había entre ese desconocido y yo. Aun así, asentí y el chico se marchó. Apenas desapareció, el señor Riva se alejó del coche y me sujetó el rostro entre sus manos, cubiertas por finos guantes negros de piel.
Me estudió de pies a cabeza, como si yo fuese una pieza en exhibición extremadamente rara. Tragó saliva con fuerza, mirándome a detalle.
—Realmente eres tú, Dulce —musitó, sonando ansioso y emotivo.
Rozó mis labios con un dedo, censurándose de que fuese real. Mientras él me tocaba, yo solo podía verlo, muda y cada vez más sentimental.
—Un año sin saber de ti, ni una carta, ningún mensaje... Nada sobre dónde estabas...
Parpadeé con un nudo en la garganta. Y sentí un sutil cosquilleo en las yemas de los dedos. Yo también estaba ansiosa por tocar su rostro, por probar que de