Me jaló del brazo y me sentó sobre su regazo, de cara al volante, y me dobló sobre él. Jadeé y lo miré sobre el hombro, intentando golpearlo.
—Tienes razón, Isabela es la razón de todo esto —con firmeza, me tomó de la nunca y me mantuvo quieta.
Detrás de mí, lo escuché bajarse el cierre de los pantalones.
—Incluso es la razón del porque te compré, en parte. Ella y yo tenemos una relación, quizás más carnal que romántica. Aunque, tampoco te equivocas respecto a lo que siento por ella, y no por Isabel.
Apreté los puños, e intenté buscar la manija de la puerta. Cuando di con ella, vi que estaba asegurada. No había escape.
—Es... usted despreciable —dije entre dientes, pero comenzando a sentir la piel caliente, a pesar del frio que había fuera del coche—. Y no... no puede ser el hombre a quien ella amó todos esos años...
Apenas un segundo, después me subió el vestido. Lo sentí separarme las nalgas y buscarme a tientas. Cuando me penetró, extrañamente se sintió bien, como siemp