No hay peor cosa que entrar a una oficina llena de gente con la sonrisa floja y el estómago revuelto. Eso fue exactamente lo que me pasó al cruzar la puerta esa mañana. Me repetí por quinta vez que hoy, hoy sí, iba a ignorar a Adrián. Sin importar cuán insoportablemente atractivo luciera. Sin importar esa mirada suya que parecía capaz de desnudar el alma. Y mucho menos sus comentarios envenenados, que siempre daban justo donde dolía.
Pero claro… ¿cuándo me había salido bien esa estrategia?
—Buenos días —dije con un entusiasmo falso al entrar a la sala de reuniones.
—Buenos… —contestó parte del equipo, algunos si