Capítulo 49. Una pequeña fortuna
Cuando se abrió la puerta, el niño corrió muy feliz a los brazos de su padre, y le decía:
—Papá, ¿por qué no me dijiste que mis abuelos venían hoy?
Felipe solo le tocó la cabeza, mientras respondía:
—Ya estabas dormido cuando ellos llamaron y me avisaron que vendrían.
Los padres de Felipe estaban estupefactos, observando a aquella mujer que dormía profundamente, como si nadie hubiese entrado a la habitación.
En ese momento, Felipe volteó la mirada hacia sus padres y notó hacia dónde estaban mirando. Solo soltó un suspiro silencioso al ver que Anna seguía dormida y que su desnudez estaba cubierta con la cobija.
A lo que Felipe les dijo a sus padres en voz baja, para no despertar a Anna, que salieran y la dejaran dormir un poco más, ya que se había trasnochado la noche anterior.
Ellos se miraron entre sí, sin palabras, sorprendidos de ver a su hijo comportándose así de nuevo con una mujer.
Don Augusto, que fue el primero en reaccionar, tomó a su esposa de la mano y le dijo:
—Salgamos pr