¿Alguna vez has tenido la sensación de que te dan con un mazo en la cabeza y quedas toda aturdida sin saber qué hacer?

—Ema, no importa lo que escuches allá dentro. Recuerda que no estás sola y que me tienes a mí —me dice de pronto Robin, tomándome por los hombros y haciendo que lo mire a los ojos—. ¡Prométemelo, Ema!

—¿Por qué me pides eso, Robin? —pregunto y casi me río.

Pero al ver la seriedad con que me lo pidió, tengo que aguantar la sonrisa que asoma a mis labios al ver cómo me protege. Al parecer, mi lindo amante necesita sentir eso. Como si no fuera la mujer que ha batallado en la vida sola hasta llegar a donde estoy. Pero no le digo nada; es una agradable sensación tener a alguien que quiera protegerte, aunque no lo necesites.

—Está bien, Robin, te lo prometo. Pero amor, recuerda que no soy de azúcar —lo beso suavemente en los labios.

—Eso está bien —y me abraza fuerte—. Sé que no lo eres. Ahora vamos a enfrentar esto juntos.

Entro detrás de Robin a una sala de ju