Robin me aprieta la mano más fuerte, y puedo ver en su mirada ternura y furia contenida; quiere consolarme y al mismo tiempo salir a buscar a Horacio para partirle la cara.  

—Significa que usted actuó de buena fe creyendo que su matrimonio era válido —explica otro de los abogados—. La culpa no es suya, sino de quien la engañó.  

—¡Ah, perfecto! —digo, y sé que mi sarcasmo está llegando a niveles peligrosos—. Entonces, durante esos años he sido la otra mujer sin saberlo. ¡Qué maravilloso!  

—Ema... —Robin se acerca y me llama con suavidad, ahora apretando mis hombros—. Deja que terminen, luego...  

—De acuerdo —lo interrumpo, porque necesito procesar esto antes de que mi cerebro explote como palomitas en el microondas—. Déjame entender: ¿estuve casada con un hombre que ya tenía