61. LAS MELLIZAS

Ya han pasado los quince días de vacaciones de mis hijas. No le conté nada a Serrí, ni a ellas, sobre la visita de Horacio para no amargarles las vacaciones. Pero, por fin, llegaron. ¡Me han hecho una falta enorme! A pesar de tener a Robin y Joe pegados a mí todo el tiempo, el motor que me mantiene erguida son ellas. Tres días después de que ellas llegaron, Horacio apareció en mi empresa, sonriente. Robin y yo acabábamos de llegar de una presentación exitosa.

—Ema, ¡ahí está el desmadrado ese! —me dice Joe en la puerta, con expresión de desprecio.

—Hazlo pasar, Joe —le digo.

—Buenos días, Ema —dice, entrando por la puerta muy sonriente.

—¡Habla lo que has venido a hablar y márchate! —le digo muy molesta.

—¿Por qué esa enemistad, Ema? ¡Podemos hacer grandes cosas juntos! Has demostrado ser una brillante empresaria —dice tratando de ser amable, pero lo conozco demasiado bien—. ¿Quién lo diría, que levantarías esta empresa?

—¡Horacio, déjate de rodeos y ve al grano! —grité desesperada, m
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